Capítulo VIII-3

1023 Palabras

—Pues esperaba que al menos se sorprendiese —arguyó el anfitrión—, porque ofenderme adrede en una cuestión para mí tan delicada no parece revelar gran generosidad. —Pero yo no soy la responsable de su conciencia —objetó la señora Gowan. El pobre señor Meagles se quedó paralizado. —Si tengo la mala suerte de verme obligada a llevar un sombrero que es suyo, y de su talla —continuó la invitada—, ¡no me culpe a mí de la forma que tiene, papá Meagles, se lo ruego! —¡Cielo santo! —exclamó éste—. Eso equivale a decir que… —Tranquilo, papá Meagles —dijo la señora Gowan, que adoptaba unos modales sumamente amables y tranquilos cuando el caballero se acaloraba—. Quizá, para evitar malentendidos, debería ser yo quien aclarara lo que quiero decir en vez de que usted se esfuerce en hacer suposicio

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