Elena estaba en una casa ajena, no solo no sabía dónde encontrar el estudio, ni siquiera sabía si la mansión tenía una terraza y al mirar al mesero que se alejaba, se apresuró a detenerlo – debo hacer una llamada.
– Por supuesto – le respondió y caminó sin prisa – mi lady, espero no se moleste, no puedo llevarla al estudio privado de mi señor.
– Lo entiendo perfectamente, solo necesito un teléfono.
El mesero asintió y después de subir los escalones le indicó la puerta del estudio en el tercer piso junto a la terraza.
– Muy amable – indicó Elena, abrió la puerta y en el segundo en que su mano se estiró hacia el apagador sintió el peso del cuerpo que la sostuvo entre sus brazos arrancándole esa sensación de vacío con la que había luchado.
No necesitaba encender las luces, reconocía el a
