Han pasado un par de días desde que llegamos a la villa. Dahlia no es mi fan, al igual que Franco. Sin embargo, Portia ha bajado un poco su nivel de sarcasmo. Y eso se lo tengo que agradecer, porque ya es muy difícil sentarme a la mesa junto a Nicoló y fingir que somos algo que no somos. Y más días esquivando la mirada calculadora de Franco durante la única hora del día en la que me obligó a estar presente. Con Nicoló apenas cruzamos palabras. Nicoló tiene una cortesía elegante, como si el mundo entero fuera un salón de baile, y él supiera perfectamente cómo moverse sin rozar a nadie. Pero es eso, una cortesía distante. No hay calidez. Y no me atrevo a pedirla tampoco. Tal vez porque no quiero deber nada. Ahora estoy aquí, sentada en el interior impecable de un jet privado que se prepara