—¿Y por qué Italia? —pregunta Portia sin perder el hilo, aunque sus ojos brillan con esa curiosidad venenosa que huele más a sospecha que a interés. —Siempre me fascinó el idioma, el arte, la historia. Era mi sueño desde niña —respondo con la verdad maquillada. Y no es del todo mentira. Había soñado con Italia cuando aún era niña, en las paredes despintadas de mi habitación, donde los libros eran puertas y las fotografías en revistas eran mi escape. —Es admirable que alguien tan joven se las arregle sola en otro país —comenta Valeria entonces, mirándome con algo que se parece mucho a respeto. —Sí —añade Portia, mientras coloca su servilleta sobre su regazo—. Aunque supongo que no cualquiera podría mantenerse a flote sin ciertos contactos. —Raven ha sabido hacerlo —interrumpe Nicoló de