Apoyo la frente contra el cristal frío de la ventanilla, mientras que la emoción y la incredulidad se mezclan dentro de mí. Las calles adoquinadas, los cafés diminutos con toldos rayados, balcones llenos de flores, las bicicletas apoyadas como si todo aquello fuera parte de una coreografía perfecta… París parece un suspiro detenido entre siglos. La torre Eiffel se asoma a lo lejos, apenas una silueta gris envuelta en neblina, pero, aun así, me hace contener la respiración. Nicoló no habla. Mantiene su porte elegante y reservado, la mirada puesta en su teléfono mientras su dedo se desliza la pantalla con rapidez. No me molesta. Ya me estoy acostumbrando a sus silencios. A veces son más elocuentes que sus palabras. Lo observo de reojo, sintiendo ese cosquilleo extraño que me provoca estar c