No me dejó entrar. Quién sabe qué tenía que hablar en secreto con el tal Martínez, que me hizo esperar afuera. Estaba nerviosa, aburrida… nerviosa por no poder ser mosca y escuchar lo que sucedía ahí dentro. Aburrida, por seguir siendo el mismo muñequito de torta que le acompañaba a todos lados simulando ser la esposa perfecta del marido perfecto, cuando en realidad era una víctima de su violencia. Al cabo de cuarenta minutos de aburrimiento, decidí irme a recorrer el estadio del que tanto me había hablado Mateo y que el día anterior solo había podido contemplar desde la grada… - Disculpe… (dirigiéndome a la simpática secretaria de las oficinas de presidencia) ¿podré ir a recorrer la Ciudad Deportiva? Es que estoy aburrida… - Si, claro, por aquella puerta… (señaló