Creía que al mínimo contacto de nuestros labios, ella me rechazaría y me abofetearía como lo haría la mayoría de las mujeres casadas, pero no. Su boca y la mía han comenzado una travesía sin fin donde a cada segundo aumenta la intensidad de nuestro beso. No sé cómo ha sucedido, pero la tengo acorralada contra una de las paredes de la piscina y entre nuestros cuerpos no hay distancia alguna. En mí entrepierna comienza un descontrol que ella nota e incita al mover sus caderas de la manera que lo hace y yo simplemente deseo con todas mis fuerzas que no hubiese nadie a nuestro alrededor. Hago una pausa obligada en nuestro beso y tomo aire mientras que mis ojos se pierden en esa mirada verde tan sensual que tiene ella –Dame un buen motivo para no pedirte que vayamos a mi cuarto. — Le digo com