dante "Joder", gruñí en voz baja mientras llevaba mi auto al jet privado que Don Sierpiente tenía esperando por mí. Probablemente Ignacio estaba dentro para acompañarme en el viaje improvisado a México. Mi rehén con gorra roja amordazado y atado en mi baúl. Aparentemente, pillaron a uno de mis muchachos traficando productos y el Don quiere que vaya a verlo para ocuparme personalmente del asunto. Mientras tanto, Gorra Roja todavía mantenía los labios apretados y ni siquiera me había dicho su nombre, ni tampoco había un rastro documental de este tipo. Su identificación era falsa y tenía una tolerancia férrea al dolor. Dejaría que el Don se encargara de ello. Ya tenía suficiente tratando de convencer a David Whitlock de que se le estaba acabando el tiempo para salvar a su hija. Un mes desp