Cameron La observe con atención desde la ventana desde mi despacho que daba al jardín, su lugar preferido desde entonces. Todas las mañanas y atardeceres solía salir con su acompañante para “divertirse” en el jardín, o así le llama ella estar sentada y escuchar el canto de las aves. Sentada, con su vestido floreado que contrastaba tan bien con su piel pálida a juego con su cabello azabache, sus labios rojos eran la jodida cereza del bonito y delicioso pastel que devoraba por las noches. Como una maldita bestia adictiva. Jamás me cansaría de ella, tal vez ella de mi si , pero yo de ella nunca. Annabella era como el vino, delicioso con los años y embriagador con los días. Lo único imperfecto que podría tener era la venda negra que cubría sus cuencas vacías. Pero a la vez era tan placent