Muchos días después de aquella terrible tarde, Kate, Demián y su hijo, tomaban el camino de regreso a Londres. Este fue de lo más placentero, cada vez que se detenían en alguna de las posadas para pasar la noche, la pareja no perdía oportunidad para hacer el amor, recuperando así el tiempo perdido. Para Kate era delicioso dormir nuevamente entre los brazos de su marido, a sabiendas de que nada podría separarlos ahora. Los dos habían cambiado, ella ya no era la muchachita rebelde y voluntariosa acostumbrada a salirse siempre con la suya, aunque claro que había aprendido maneras de convencer a Demián para que asiera fuera. Demián por su parte continúa manteniendo su agilidad felina, que aun después de tanto tiempo, todavía logra que a Kate le temblaran las piernas, al igual que ese pequeño
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