La noche nos hizo su presa y en poco tiempo, Shelly y yo quedamos dormidos, fundidos en un abrazo. Ni ella ni yo teníamos intención de separarnos. Mi recién escombrado cuarto no se estrenaría por Shelly como lo había pensado, ya que logré que Shelly sintiera el más cálido acomodo entre mis brazos, arrullados por el canto de las olas. A la mañana siguiente, yo tenía que presentarme a trabajar y Shelly también, así que me dolió mucho tener que despertarla para que se alejara de mí por unas horas. Si nos pagaran por abrazarnos, seguro que sería mi único trabajo. —Buenos días Shelly hermosa... —dije sutilmente, mientras besé su pequeña frente. —¿Hmm?... —exclamó aún entre sueños. —Ya es de día, mi amor... Tienes que ir a tu trabajo... ¿Cómo estás del refriado? —pregunté con mi voz despie

