Me desperté esa mañana con una mezcla de emocion y nerviosismo burbujeando en mi interior. La fiesta de esa noche no era solo un evento más; representaba una oportunidad para distraerme de la rutina monótona que había estado marcando mis días. Tras darme una ducha, el agua caliente caía sobre mí, ahogando las preocupaciones mientras soñaba con los momentos que vendrían. Después de vestirme, elegí unos pantalones ajustados que acentuaban mis formas, una blusa de manga corta rosa que irradiaba frescura y, por supuesto, mis inconfundibles converse blancas. Como si el universo conspirara a mi favor, la emoción me acompañó mientras bajaba a desayunar un tazón de cereal, saboreando cada bocado.
Con la mochila al hombro, emprendí el camino hacia la escuela. Era un día cualquiera, aburrido y sin sentido, como siempre. Cuando finalmente salí del colegio, sentí un alivio momentáneo al subirme al carro de Joe, acompañada de mi hermano. La música "Girls Like You" resonaba a todo volumen, llenando el aire con energía y esperanzas. Pero al llegar a casa, el mar de hamburguesas que mamá había preparado para nosotros me atrajo como un imán. Sin despedirme del auto, corrí hacia la cocina, el aroma era irresistible.
Después de comer, mi hermano y yo nos sumergimos en el mundo de Fornite con la adrenalina corriendo por nuestras venas. El tiempo voló, y pronto me encontré subiendo nuevamente a mi cuarto para cambiarme. Tenía que verme perfecta para la fiesta. Opté por un vestido azul con n***o que me abrazaba suavemente, acompañado de un par de tacones pequeños que prometían mantener a raya el cansancio. No quería que nada me impidiera disfrutar de esa noche.
Me maquillé con esmero, cada trazo del delineador tejía un poco más de confianza en mí. Me rocié con un perfume que siempre había sido mi favorito, y en ese instante, el sonido del claxon de un auto resonó en mi mente. Corrí hacia la puerta, y ahí estaba Mario, mi mejor amigo, con una sonrisa que iluminaba la noche.
—Hola, Mario —saludé, dándole un beso en la mejilla.
—Hola —respondió él.
Subí al auto y, como si estuviera en una película de acción, arrancamos a toda velocidad hacia la fiesta, esa mezcla de nervios y emoción zumbando en mis entrañas.
Al llegar, la casa era deslumbrante, su grandeza me dejó sin aliento. Entramos, y la música electrónica vibraba a través de las paredes. Un torbellino de luces y cuerpos bailando se presentó ante mis ojos. Mientras Mario se perdía entre sus amigos, yo decidí tomar algo en la barra, buscando un respiro en medio del caos.
De repente, sentí una mano en mi hombro. Al girar, me encontré con Joe, quien se acercaba con su carisma habitual.
—Hey, hola, ¿qué haces aquí? —pregunté, sintiendo un cosquilleo en el estómago.
—Vengo a acompañar a Mario —respondió antes de lanzarme un cumplido que me hizo sentir como si los fuegos artificiales estallaran en mi pecho—. Qué bien, qué guapa estás.
—¿Y tú con quién vienes? —pregunté, tratando de desviar el cumplido.
—Con unos amigos del salón.
—Qué bien —respondí, sintiendo una punzada de celos al imaginármelo con otra chica.
Cuando me propuso bailar, no pude negarme. Joe tomó mi cintura, y yo coloqué mis brazos alrededor de su cuello, apoyando mi cabeza en su hombro. Cerré los ojos y dejé que el mundo a nuestro alrededor se desvaneciera. En ese momento, me sentí en casa, protegida, como si nada pudiera lastimarme. Pero al separarnos, el momento de éxtasis se desvaneció con la llegada de una canción diferente.
Volví a la barra, pidiendo otro trago, cuando noté que una chica se había acercado a Joe. Una punzada de celos me atravesó el corazón, y el estómago se me revolvió al ver cómo comenzaron a bailar. Evité mirar, girando sobre mis talones y tomando un trago con la esperanza de ahogar mis sentimientos.
—¿Celosa? —me preguntó de repente Azael, mi amigo, acercándose con una sonrisa burlona.
—¡No! —me reí forzadamente, intentando ocultar el tumulto de emociones dentro de mí.
Después de que Joe estuvo coqueteando con la chica un buen rato, con unos tragos de más en mi sistema, decidí que era mi turno de divertirme. Aunque no se me daba bien eso de coquetear con chicos, me subí un poco el vestido, ya que al ser ajustado no se notaba que lo había levantado. Comencé a bailar, sintiendo la música fluir por mis venas, el ritmo me hacía sentir viva. Al instante, un chico alto y guapo se me acercó y comenzamos a movernos juntos.
Notaba cómo Joe nos observaba con miradas entre la sorpresa y el enojo, una parte de mí encontró placer en eso. Me sentía poderosa, como si pudiera hacer que su calma se convirtiera en tormenta. Pero al final, el juego de miradas se tornó en un desafío emocional que no podía resistir. Sin embargo, cuando la música cambió y decidí ir por otro trago, la euforia se fue desvaneciendo.
Al regresar, vi que Joe se había sentado en el sofá, su mirada se veía perdida, como si su mente estuviera en otro lugar, atrapada entre el alcohol y sus propios pensamientos. Caminé frente a él en busca de Mario, cuando de repente, sentí una mano fuerte que me jala. Caí a su lado, en el sofá, con el corazón latiéndome a mil.
—¿A dónde? —pregunté, intentando disimular mi nerviosismo.
—Quédate otro ratito, mi chaparrita —dijo con un tono lento y seductor, que solo podía significar que estaba más afectado por la bebida de lo que quería admitir.
—No, aparte ya estás borracho —respondí, intentando mantenerme firme.
—Claro que no —insistió, pero sabía que su mirada estaba nublada.
—Pero me tengo que ir, ya es tarde.
—Por favor, quédate un ratito más —su voz sonaba como una súplica, y yo, atrapada entre el deseo por el momento y mi razón, sentía que el aire se volvía denso entre nosotros.
—No —fue mi respuesta, aunque una parte de mí deseaba ceder.
Fue entonces que sentí la cercanía de Joe. Acercó su rostro al mío, y sin poder contenerme, los nervios se entrelazaron con la atracción. Nuestros ojos se encontraron, y en un impulso que no pude controlar, me besó. Sus labios eran tan suaves, su caricia tan electrizante, que por un instante me perdí en ese beso como si el mundo se hubiera detenido. Pero de repente, volví en mí y me separé, dándome cuenta de la magnitud de lo que acababa de suceder. Sin decir nada más, me levanté y busqué a Mario, sintiéndome confusa y abrumada.
Cuando finalmente lo encontré, le pedí que me llevara a casa porque me sentía cansada. En el camino, el silencio era pesado, cargado de pensamientos que no me atreví a compartir. Mario, siempre muy perceptivo, rompió el silencio.
—¿Te gusta Joe? —me preguntó, sin mirarme a los ojos.
—¿Por qué me lo preguntas? —respondí, tratando de desviar la conversación.
—Porque te vi besándote con él. —Su tono era serio, más de lo que esperaba.
—Eso no sé cómo pasó; él fue el que me besó —replicué, sintiendo un nudo en el estómago.
—Sí, pero tú se lo permitiste. Scarlet, no voy a permitir que él te lastime.
Sus palabras resonaron en mi mente mientras el coche avanzaba silencioso. La intensidad de su preocupación me conmovía, pero al mismo tiempo me frustraba.
—Gracias por cuidarme —dije finalmente, sintiendo que el peso de la noche caía sobre mí.
Mario me besó en la cabeza antes de volver a subir al auto y marcharse. La puerta del coche se cerró, y me quedé sola en el silencio de la noche, sintiendo que la confusión se apoderaba de mí.
Cerré la puerta con un suave clic y, sintiendo el peso de la situación, entré en la casa con pasos lentos. Mis pensamientos eran un torbellino mientras subía las escaleras, cada escalón marcando mis dudas y temores. Me dejé caer en mi cama.
Mientras me acomodaba entre las sábanas, reviví la escena que había compartido con Joe y la intensidad de aquel momento inesperado. Pero la confusión se transformó rápidamente en un agotamiento abrumador. Los rostros de Mario y Joe se entrelazaban en mi mente, y la necesidad de encontrar respuestas se desvanecía en el abrazo del cansancio.
En un instante, el ruido de mis pensamientos se convirtió en un murmullo lejano y, finalmente, sucumbí a la necesidad de dormir.