En cortos pasos se acercó y, me tomó del cuello con bastante fuerza, provocando que no pudiera respirar. Intenté retirar su mano al sentir el terrible apretón, pero fue en vano, sus manos eran ásperas y tenía demasiada fuerza para mí.
—Si quieres vivir, mejor no hables —amenazó.
Cuando pensé que no podía forzar más mi respiración, me soltó bruscamente, y lentamente las lágrimas que se habían acumulado en mis ojos descendieron a mis mejillas.
La rabia estaba consumiéndome por dentro, apreté los labios de la impotencia, justo en ése momento cuando deseaba desaparecerlo y respirando agitadamente, visualice un jarrón azul de vidrio, la idea pasó fugazmente por mi mente y sin dudarlo, antes de que saliera del espacio, lo tomé con bastante fuerza, no me acerqué, tenía miedo, lo lancé con fuerza detrás de él.
Asustada, corrí hacia la mesita para tomar un sedante, mi mala puntería iba a causar mi muerte. No sabía que hacer, estaba desesperada, asustada hasta los huesos.
—Te di una oportunidad —murmuró acercándose.
El corazón se me abrió en dos, literal pude escuchar y sentir el sonido del rompimiento, mordí mi labio sintiendo mi cuerpo temblar. Me asustaba más pensar en que dejaría a Mateo solo, no creo que soporte la idea de que muera.
Antes de que llegara a mí, corrí hacia él repentinamente en un arranque de rabia, fuera de control, clavé la jeringa en su pecho, no me detuve, salí corriendo del lugar, mientras lloraba aterrada. Había tenido un día tranquilo de trabajo y mi novio me esperaba en casa, tal vez con la cena preparada, lo que menos quería era terminar en esa situación.
Miré alrededor desorientada, afuera de la casa estaba el auto en el que habíamos venido, me subí a el pero no tenía llaves.
—¡Carajo! —grité desesperada. —. ¿Qué puedo hacer? —me pregunté a mí misma casi arrancándome los pelos, sabía que si él venía no me dejaría viva, lo sabía y lo podía sentir.
Después de segundos con la mente en blanco recordé al genio de mi novio y usé el truco de los cables.
«Rojo, negro» repetía en mi cabeza mientras miraba los cables. Rojo-positivo, n***o-negativo.
Juro que pensé que no lo lograría.
Los oficiales me miraban de manera sospechosa, como si todo lo que había narrado era una locura, o que me lo había inventado.
—¿Cómo es que te sacó del estacionamiento sin ser visto por nadie? —preguntó uno de ellos.
Solté una sarcástica risa. Se estaban burlando de mí, me estaban tratando como loca en un mundo tan cruel, encima con lo que pase.
—¿¡Está diciendo que me lo inventé!? —grité golpeando la mesa mientras me paraba de mi asiento. —. ¿De dónde saco esta sangre? —señalé mi bata de hospital.
—No estamos…
—¡Sois unos malditos policías de coña! —grité eufórica. —. Tenía que estar casi muerta para que me crean, literalmente fui secuestrada y obligada a atender a una persona con dos balas en el cuerpo siendo una simple enfermera —farfullé con rabia.
Todavía seguía en shock, asustada, y estos policías de mierda sólo se estaban burlando de lo que acababa de vivir, ¿tan loco suena?
—¿Lo veis? —mostré mi cuello. —. ¿Esto me lo he hecho yo? Con éstas delicadas manos —agregué indignada.
Mejor me largo.
Tiré de mi silla a un lado para abandonar la sala de interrogatorio, caminé con prisa hacia la puerta mientras me pedían que regresara y que no había terminado el interrogatorio.
—Váyanse a la mierda —grité tirando la puerta de un portazo.
Mis padres se encontraban en Valencia, mi única familia aquí en Madrid eran mi amiga y mi novio. Y de todas maneras si le contaba eso a mis padres no tardarían en venir a buscarme, por más que he intentado independizarme siempre tratan de intervenir cada vez que pueden.
“¿Dónde estás Mateo?” pregunté en mi mente mirando alrededor desorientada, ya eran altas horas de la noche y después de lo que había pasado tenía mucho miedo.
Como si mi mente lo hubiese traído a la tierra, justo apareció en mi campo de visión al pensar en donde estaría. Como una niña pequeña corrí a sus brazos y como siempre fui bienvenida a mi lugar seguro. Sus brazos calmaron un poco el desastre que tenía por dentro, y sin darme cuenta había empezado a llorar.
—Ya pasó, linda —susurró en mi oído sin soltarme, me abrazaba con fuerza y se sentía bien.
Tomé mi tiempo para calmar mi llanto, y pacientemente me esperó.
—Es de locos —dije, casi sin voz, al alejarme para verlo a los ojos. —. Ellos ni siquiera me creen… —agregué con molestia.
—No te preocupes —me atrajo nuevamente a su pecho, y me escondió en él.
Sabía que estaba enojado, y que no quería demostrarlo por como me encontraba, y no era lo importante. Siempre estaba a la defensiva conmigo, y su silencio era peor que su hablar.
Fuimos a casa, y al llegar lo primero que hice fue avisarle a mi amiga que estaba bien, era como mi hermana. Luego me duché mientras Mateo me preparaba algo de comer.
—Estás muy callado —le dije, mientras me sentaba a su lado.
Inclinó su mano y acercó mi cabeza a sus labios.
—Tranquila —me dijo relajado.
Eso no es tan normal en él, es algo sobreprotector por no decir celoso, nunca ha sido agresivo conmigo, pero, lo he visto serlo con otros.
—Te amo —le dije, sintiendo algo de nostalgia.
—Lo sé —me respondió con una sonrisa.
Las cosas no se iban a quedar así, por supuesto que no, recordaba muy bien la cara de ese malnacido, y aunque no quisiera poner a mi familia al tanto, la única manera de encontrar justicia rápido es moviendo las cosas a nuestra manera. ¿O tal vez debía ir a otro destacamento? Prefiero no pensar más.
Decidí olvidar por un momento lo que pasó y ponerme a comer, gracias a Dios seguía viva, y tenía posibilidades de hacerle pagar a ese gilipollas.
Después de un rato comiendo en silencio sentí su brazo rodear mi hombro, con la boca llena sonreí. Mi niña asustada estaba siendo consolada.
[…]
Mediante el almuerzo le pedí a mi amiga que tratara de dibujar al hombre con mis indicaciones, y como era buena en ello, no pudo haberle salido más perfecto.
—Es que aún no me lo puedo creer, tía —dijo, mientras caminábamos de regreso al hospital.
—Ni yo —agregué. —. Te juro que me vuelvo loca de sólo pensarlo, lo raro es que Mateo está muy calmado y eso a mí me preocupa más.
—Con lo loco que sé que se pone, no digas más —dijo, mientras buscaba tomarme de la mano.
Y como si ella hubiese sabido lo que vendría, alguien me detuvo del brazo segundos después.
—¿Melissa Pérez?
Alba tiró de mi brazo y me pegó a ella de manera sobreprotectora y giramos al mismo tiempo para ver de quién de trataba. Era un hombre alto vestido de n***o, llevaba gafas de sol, y parecía un guardaespaldas.
—Soy yo —respondí mirándolo con seriedad. —. ¿Qué quiere? —agregué.
Alba me sostuvo con fuerza del brazo, muy a la defensiva, era como una gata salvaje, y siempre actuaba como mi hermana mayor.
No podía ver sus ojos por los lentes de sol, sin embargo, lo estaba fulminando con la mirada, también estaba un poco a la defensiva, considerando lo que pasó antes.
—Venga conmigo, por favor —pidió, muy educadamente.
Reí, no le veía la gracia, ¿acaso era un creador de contenido y nos había elegido a nosotras?
—¿Se encuentra bien? —pregunté.
—No complique las cosas —dijo, manteniendo la misma postura de guardaespaldas.
—Vale vámonos —intervino Alba tirando de mi brazo.
Aquel sujeto no insistió, pero, algo me decía que tampoco se rindió, estaba muy asustada, en pánico y, sobre todo en alerta.
—¿Te apetece que llamemos a Mateo? Digo, para que nos recoja —propuso.
Era muy buena idea, sabía que estaba proponiendo aquello porque estaba preocupada por mí y mi reacción.