—Bueno, ya caminamos suficiente. Creo que es un buen momento para sentarnos a tomar algo, ¿no creen? —dice el padre de Alejandro deteniéndose de golpe, con tono entusiasmado. María asiente con energía y nos mira a Alejandro y a mí con una sonrisa cálida. —Sí, vengan, hay un bar muy lindo justo aquí cerca. Alejandro y yo intercambiamos una mirada. Sé que él preferiría seguir caminando hasta perderse en la selva antes que compartir más historias embarazosas, pero negar una invitación de su madre parece una batalla perdida. —Vamos —dice finalmente, resignado. Nos dirigimos a un bar al aire libre con mesas de madera rústica y luces colgantes que tintinean con la brisa. El sonido de las olas rompiendo en la orilla y la música suave crean una atmósfera relajante, casi placentera. —Yo invit