Capítulo 6

1418 Palabras
Me siento en la cama con las piernas cruzadas y el guion de Alejandro extendido frente a mí. Las hojas están llenas de detalles meticulosamente organizados: nombres, fechas y anécdotas falsas sobre nuestra supuesta relación. Repaso con atención cada punto. Nos conocimos en un café donde, torpemente, le derramé café en la camisa. Frunzo el ceño. «¿No pudo inventar algo más original?» Paso la página. Nuestra primera cita fue en un restaurante de comida italiana, donde descubrimos que ambos odiamos las aceitunas. Al menos ese detalle es cierto, porque yo las detesto con todo mi ser. Sigo leyendo. Me propuso matrimonio en la terraza de su departamento, con velas y una vista espectacular de la ciudad. —Qué cursi… —murmuro entre dientes. Desde su cama improvisada, es decir, el sofá, Alejandro resopla. —Deja de quejarte y estúdialo bien. No quiero que mi madre te haga una pregunta y quedemos en evidencia. Le saco la lengua sin mirarlo y continúo repasando la información. Intento memorizar los nombres de sus padres, sus aniversarios, las historias que supuestamente hemos vivido juntos. Alejandro realmente se tomó el tiempo de armar esto con precisión quirúrgica. Incluso incluyó anécdotas que, de haber sucedido, serían lo suficientemente creíbles como para sonar naturales. Vacaciones en la montaña. Paseo en bote al atardecer. Nuestra primera discusión importante (según él, sobre qué película ver en el cine). Me recuesto sobre la cama mientras paso las páginas. Leo tanto que mis ojos empiezan a pesarme. Solo quiero cerrar un rato los párpados, descansar un segundo… Un leve movimiento en el colchón me saca del sueño. —Isabel —su voz suena suave, algo ronca por el sueño. Parpadeo varias veces, desorientada, y lo primero que veo es el rostro de Alejandro a poca distancia. Su cabello está un poco revuelto y su camisa desabotonada en la parte superior, dándole un aire más relajado del que suele tener. —¿Qué…? —Mi voz sale pastosa y, cuando me muevo, siento que tengo un papel pegado a la mejilla. Él suelta una breve risa y señala el guion que quedó doblado debajo de mi brazo. —Te dormiste estudiando nuestra historia de amor —dice con tono burlón. Miro el reloj sobre la mesa de noche y abro los ojos como platos. —¡¿Las nueve de la mañana?! —exclamo, completamente sobresaltada. —Sí —responde con calma, estirándose con pereza—. Y antes de que entres en pánico, ya pedí el desayuno. Me tomo un segundo para procesarlo, todavía aturdida por el sueño. —¿Pediste desayuno? —No voy a dejar que te desmayes en el almuerzo con mis padres —responde con indiferencia, aunque noto un dejo de satisfacción en su tono—. Anda, dúchate. Para cuando termines, la comida debería estar aquí. Le dedico una mirada desconfiada, pero me levanto de la cama sin discutir. Mientras me dirijo al baño, alcanzo a escuchar cómo hojea el guion con resignación. —Más te vale haber memorizado esto —murmura. —Sí, sí, sé fingir que estoy locamente enamorada de ti —bromeo antes de cerrar la puerta. La ducha me ayuda a despejarme un poco. El agua caliente relaja mis músculos y, por primera vez desde que llegamos, me permito disfrutar del momento. Dos semanas en este paraíso… si ignoro la parte de fingir ser la esposa de mi jefe, tal vez pueda sacar algo bueno de esto. Me tomo mi tiempo en el baño, no solo para ducharme, sino para asegurarme de que me veo bien antes de salir. No es que quiera impresionar a Alejandro, pero si voy a fingir ser su esposa, al menos debo lucir como alguien que él elegiría. Elijo un vestido corto, floreado y colorido, liviano y perfecto para el clima tropical. Algo que me haga ver relajada, pero sin dejar de lado el estilo. Me tomo unos minutos extras para secarme el cabello y peinarlo en ondas naturales, dejando que caiga sobre mis hombros con un aire despreocupado. Un poco de brillo en los labios, perfume sutil y listo. Cuando me miro en el espejo, me siento… bien. Relajada. Como si, por un momento, realmente estuviera aquí solo para disfrutar. Cuando finalmente salgo del baño, el delicioso aroma del desayuno inunda la habitación. Sobre la mesa, hay una bandeja con café, jugo de naranja, croissants y frutas frescas. Alejandro está sentado, hojeando su teléfono, pero en cuanto levanta la vista y me ve, se queda quieto por un momento. Su ceño se frunce ligeramente, como si algo no encajara en su cabeza. —¿Qué? —pregunto, arqueando una ceja. Él parpadea y sacude la cabeza antes de volver la vista a su café. —Nada. Solo… pensé que íbamos a la playa, no a un desfile de primavera. Ruedo los ojos con exasperación y me siento frente a él, tomando una taza de café sin esperar invitación. —Si voy a ser tu esposa, tengo que verme como alguien digna de serlo. ¿No es lo que esperarían tus padres? Alejandro no responde de inmediato, solo toma un sorbo de café y me observa con una expresión inescrutable. —Supongo que tienes razón, pero si sigues viéndote así, mi madre va a empezar a hacer más preguntas sobre nuestra relación… y eso puede traernos más problemas. Le doy un mordisco a un croissant y sonrío con burla. —Bueno, entonces te sugiero que finjas estar locamente enamorado de mí para que no sospeche. —No sé si lo lograré —murmura con sarcasmo, llevándose la taza a los labios. —Oh, vamos, no es tan difícil —digo con fingida inocencia—. Solo mírame con adoración, dime cumplidos y finge que soy lo mejor que te ha pasado en la vida. Alejandro deja la taza en la mesa y me mira con una sonrisa torcida. —O podemos hacer lo contrario: tú me miras con adoración, me dices cumplidos y finges que soy lo mejor que te ha pasado en la vida. Le lanzo una mirada fulminante mientras él sigue desayunando con la misma serenidad con la que probablemente negocia contratos millonarios, mientras yo lo observo con fingida indignación. —Sabes, podrías hacer un esfuerzo y fingir que esto no es una tortura para ti —comento, dándole otro mordisco al croissant. —Oh, pero si lo estoy intentando —replica—. Solo que mi talento para la actuación es… limitado. —Eso es evidente —murmuro. Me inclino hacia adelante y entrecierro los ojos, evaluándolo como si fuera un actor en una audición—. A ver, intenta decir algo bonito. Solo para practicar. Él levanta una ceja y apoya el codo en la mesa, observándome con una media sonrisa. —Eres… tolerable. —¡Eso ni siquiera es un cumplido! —exclamo, indignada. —¿No? Qué lástima, era lo mejor que tenía —dice con una expresión completamente seria. —Dios mío, estamos condenados —murmuro, apoyando la frente en mi mano. Alejandro suelta una breve risa y se inclina hacia atrás en la silla, cruzando los brazos. —Tranquila, Isabel. No tienes que preocuparte, llevo años conviviendo con mi madre. Sé exactamente lo que quiere ver. —¿Y qué es lo que quiere ver? —Un matrimonio estable, con una esposa cariñosa y un esposo devoto. Lo miro con suspicacia. —¿Devoto? —Bueno, al menos interesado. Resoplo, apoyando la espalda en la silla. —Pues más te vale empezar a practicar tu "interés", porque si haces ese mismo comentario frente a ella, va a sospechar. Alejandro sonríe con suficiencia y da un último sorbo a su café antes de levantarse. —Ya veremos quién engaña mejor a quién. Lo observo caminar hacia su maleta con esa actitud de "siempre tengo todo bajo control" y no puedo evitar preguntarme si realmente logrará fingir interés en mí frente a su familia… o si soy yo la que terminará cayendo en su juego. Suspirando, me pongo de pie y me estiro. —Bueno, ¿y ahora qué sigue? Alejandro revisa su reloj y me mira con una expresión neutra. —Nos vamos en veinte minutos. Así que, si tienes algo más que memorizar, este es el momento. Parpadeo y veo el guion aún sobre la cama, con las páginas ligeramente arrugadas por haber dormido sobre ellas. —Genial —murmuro, resignada. Tengo el presentimiento de que esta será la actuación más difícil de mi vida.
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