—Ven aquí, abejita —me abraza cuando me detengo sobre un puente. Aspiro su aroma, ese delicioso que me inunda hasta el corazón. Aroma a Alfonzo. A mi Alfonzo. Yo… estaba… ¿en qué estaba? Ah, sí. —No es justo, Alfonzo. Mira, no voy a engañarte… quiero mi casa. Sé que es grande y terrorífica, pero la quiero ahora, quiero mi estudio de arte, quiero los pasteles de chocolate de Ana, quiero sentirme en casa —alego contra su pecho. Tengo que aceptarlo, mi bipolaridad me desespera. De pronto un trueno estalla en el cielo, y la lluvia comienza a caer con furia, empapándonos a ambos. No nos importa. —Estás en casa ahora. Quizás no sea grande, pero estará llena de amor para ti, quizás no podrás colocar tu estudio de arte mientras no aprendas italiano, pero me encargaré de que eso pase pront

