CAÍDA SESENTA Y TRES Arriba, el desorden se había acabado. George había disparado hasta acabar con la máquina de muerte que había escupido cojinetes y ahora estaba sacando cortésmente a los dueños. Nicomedes se quedó en medio de todo el desorden con su ridículo traje de chulo. “¿Tú hiciste esto?” le siseó a Héctor, señalando a la máquina destrozada detrás de él. Héctor lucía sorprendido. “¿Yo? Ni siquiera puedo cambiar la música de mi reloj despertador”. Nicomedes se veía como un perro que necesitaba morder algo. Fuertemente. “Encontraré quien lo hizo ¡y le voy a arrancar el pene con mis propias manos!”. “Eso es a) repugnante y b) muy gay de tu parte”. Héctor trató de mantener una expresión neutral. George se rió disimuladamente, pero cortó su expresión en un instante y continuó con