SOFÍA —Lo siento mucho, hija. —No sabía quién era, alguien del pueblo, otra persona más que se compadecía de la nieta de los Carter. Torcí los labios e intenté no llorar. Había buscado un sitio apartado porque no quería volver a echarme a llorar otra vez y necesitaba algo de espacio para mí sola. Los dos días anteriores fueron un agobio. La muerte de mis abuelos había llegado sin advertencia y me había golpeado bastante duro. Durante los días del funeral había estado atosigada con toda la gente del pueblo lamentándose por algo de lo que no tenían culpa. Entendía que era lo que sentían que debían hacer, pero si hubiera escuchado a una persona más decírmelo, le hubiera gritado a la cara que yo también lo sentía y me habría largado corriendo a esconderme en mi cama. Estaban sanos, perfec