Allí en el hospital, Georgia estaba a punto de perder la cabeza, estaba completamente desconcertada, tanto que, al escuchar de aquella noticia, la mujer estuvo a punto de vomitar y desmayarse.
-¡Por Dios, Georgia! – dijo Valery, agarrándola cuando la mujer tambaleó hacia atrás.
Georgia cerró los ojos con fuerza, parpadeando para ver si de esa forma conseguía determinar si aquello se trataba de un mal chiste del destino o si por el contrario era realidad, pero, cada vez que abría los ojos, se descubría en el mismo lugar blanquecino con olor a fármacos y personas con batas blancas caminando de un lado a otro.
Aquello no era un sueño, aquello era la triste realidad a la que ella se tenía que enfrentar, incluso aunque deseaba no hacerlo.
-Lo mejor será que le pongamos un sedante para q
