No ha bastado más que salir de ese consultorio con la fotografía de nuestra lentejita para que los dos entremos en una especie de trance inexplicable. Es una mezcla de felicidad, adrenalina, y éxtasis que nos invade y lleva a reír de cualquier cosa, incluso de lo que no pareciera tener sentido. Somos dos niños grandes que jugamos por las calles de la ciudad del amor, nos abrazamos, contemplamos los paisajes más simples, y soñamos con el futuro que construimos día a día. —Creo que deberíamos contarle a tu padre acerca de la noticia —sugiero mientras que estamos parados en uno de los tantos románticos puentes de Paris contemplando los barcos que navegan el rio Siena. —Mmmm… no lo sé, ¿y si pasa algo de aquí a algunos meses? —cuestiona y puedo escuchar el miedo en su voz. —No pasara nada