—¿Qué piensas hacer con esa daga, Petra? —Adelaide la señala mientras se pone como escudo entre ella y su hija—. ¿Vas a herirte a ti misma como lo hiciste en aquella celda y después decir que fui yo quien te lastimó? No creo que tu cuerpo necesite más heridas de esas que ya tienes. Petra tira la silla y da un paso a ella con mucha furia, pero Adelaide no demuestra perturbación. Se mantiene erguida, mirándola fijamente. —Tengo en mente un plan mucho mejor que ese, estúpida, y te aseguro que no te gustará. Lo qué pasó en aquella celda fue solo el principio. —¿No te parece que ya fue suficiente con lo que hiciste para hacerle creer a Egil que yo lo había traicionado? —Egil se tensa al oírla—. Yo ya no represento ningún obstáculo para tus propósitos, Petra. Ni mi hija ni yo somos nadie, tú