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2150 Palabras
-¿Cómo se te ocurre avergonzarme delante de un desconocido anoche? —casi le grité a Angie. Pero todavía seguía enojada con ella. Anoche no quise reclamarle, porque estaba cansada pero hoy sí que lo haría. —Por eso estabas tan callada cuando Jamie nos trajo anoche. —Reflexionó —Es raro que tu alguna vez estés callada y más cuando hablas de tus libros. —No te voy a perdonar que me hayas hecho eso. —Becky. Tú fuiste la que inventaste semejante cosa, al menos me hubieras avisado de lo que le habías dicho a Randy y así hubiera sabido antes de hablar. —Si te lo hubiera dicho, te ibas a reír en mi cara. —Eso no es cierto. —Oh, claro que lo es y además ¿que no sabías la señal? Cuando una persona desconocida dice algo que tú no sabías de tu hermana u amiga, tú sabes que deberías seguir la corriente. Luego ella o él te lo explicarían. Así funcionaba siempre. ¿Acaso ella no lo sabía? —Pues lamento decirte que no vi la señal, —hizo comillas con sus dedos. —Enserio, lamento lo de anoche, pero ten en cuenta que es un desconocido. No lo volverás a ver. —¿Y si vive en el pueblo? —Porque si vivió aquí todo este tiempo y no lo vimos ¿Cómo lo haríamos ahora? No creo que lo volvamos a ver. Relájate. Por una vez en la vida le hice caso a mi hermana. Ella tenía razón, si no conocimos a Randy todo este tiempo que hemos vivido en el pueblo hasta anoche ¿por qué lo haríamos ahora? Tal vez vino a visitar a algún familiar y se iría tan pronto que no lo recordaría. —Cambiando de tema —dije al escuchar mi estómago gruñir. —¡Aleluya! —¿Qué haremos hoy de cenar? Nuestros padres llegan dentro de dos semanas. —¿Lasaña? —No. Ya estoy harta de la lasaña que cocinas ¿no sabes hacer otra cosa? —habíamos estado cenando lasaña por una semana. Y estaba asqueada de probar otro pedazo de ello, solo muerta la volvería a probar. —Es lo único que sé hacer —se encogió de hombros. Nos quedamos pensando en la cena. Angie ni yo éramos muy buenas en la cocina. Nuestra madre nunca nos enseñó a cocinar más que lasaña y otras cosas básicas, naturalmente ella viajaba mucho con papá y casi no cenaban en casa, y cuando lo hacían contrataban a alguien para que cocinara. La nana que teníamos, era la que cocinaba para nosotras cuando ellos no se encontraban. Pero desgraciadamente Grace había muerto ya hace unos meses. Y nunca supimos sus recetas ni secretos para la cocina, ya que ni mi hermana ni yo mostramos interés. Casi no nos gustaba cocinar ni nos llamaba la atención, pero ahora era obligatorio, ya que con base a ello sobrevivíamos. Así que aquí estábamos pensando en qué cocinar. —La nana se llevó las recetas a la tumba —susurró Angie. —¿Será que las enterraron con ella? Digo, podemos ir a buscarlos. —¿Al cementerio? —preguntó. Asentí —¿estás loca? —La locura nace del vacío que mi estómago tiene. —Unos Segundos se instalaron en la sala, solo se escuchaban los gruñidos que mi estómago me pedía a gritos de comer. —¿Será que las tenga en la tumba? —preguntó después del silencio. La miré abriendo los ojos. —No me mires así. —Yo solo bromeaba, jamás dije que quería hacerlo. —Mi voz sonó aterrorizada. Lo que el hambre hacía que pensaras. —Pero tú lo pensaste primero, —alzó la voz. Cosa que hacía cuando quería defender su argumento. —Pero tú lo querías hacer —también alcé la voz. —Está bien. Tranquilicémonos, —nos volvimos a sentar en el sofá cruzadas de brazos. —El hambre habla por nosotras. Eran las nueve de la mañana y todavía no habíamos comido nada porque en el refrigerador no había nada más que una manzana mordida que Angie le había dado y luego la había dejado en su lugar al probar que estaba podrida. Ni sé porque no la tiró a la basura, así que lo hice yo. Después de saber que ambas estábamos tranquilas hablé. —¿Y si las tiene en la tumba? —la miré al mismo tiempo que ella lo hacía. —¿Checamos? —preguntó con una sonrisa. —Checamos. —Y nos levantamos del sofá. Aunque Angie era la mayor, y debería ser ella quien tomara las decisiones. No lo hacía, al contrario, las tomábamos juntas, por lo general ella es la optimista y divertida de las dos. Toma alcohol hasta más no poder y es el alma de las fiestas. Al contrario de mí. Siempre se tiene una hermana así ¿cierto? La aburrida y la divertida. —¿En qué piensas? —me pregunta, mientras yo manejaba rumbo al supermercado. Al parecer nos dimos cuenta que el hambre hablaba por nosotras y hacíamos pensar de manera muy fuera de nuestros cabales. Había tomado las llaves del auto y dirigido a la tienda cuando Angie me preguntó que ésta no era la ruta al cementerio, en serio me asustó tanto que ella si pensara ir a la tumba de nuestra nana y desenterrarla para buscar las recetas. A lo que yo le había dicho que no iríamos y que solo jugaba con ella. Siempre lo hacía, cada vez que algo salía de mi boca era una completa locura a lo cual ella aprobaba con cierta locura de igual forma porque todo lo que se me ocurría era s*****a. Y cuando ella se daba cuenta que no haríamos lo que dije entonces se enojaba conmigo por tomarle el pelo de tonta, cosa que ella solita se hacía ver ¿Quién rayos en sus cinco sentidos, aprobaría mis ideas suicidas? Solo mi hermana, de eso no había duda. Pero la amaba por ello, solo ella me sabía entender y nos conocíamos de pies a cabeza. Ningún secreto entre las dos.   —¿Te puedo hacer una pregunta? —revoleó los ojos.   —Odio cuando haces eso.   —¿Qué?   —Eso. De contestarme con otra pregunta, lo odio y tú lo sabes.   —Ah, claro. Pero me gusta hacerte enojar, ya sabes es mi pasatiempo favorito.   —Claro que lo es. Es como tu venganza cuando yo no aclaro tus dudas o resuelvo tus problemas literarios. —En eso acertaba. Cada vez que le pedía una opinión de un libro o le contaba sobre él emocionada, ella solo emitía monosílabos como Aja o Sí. No me daba respuestas y me frustraba que hiciera eso, así que yo la hacía enojar de igual forma.   —Ajá. —Sabía que esto la molestaría más. Escuché un gruñido del asiento del copiloto y sonreí.   Bajamos del auto y ella se dirigió a tomar un carrito de compra. —¿No irás a trabajar hoy? —Le pregunté. Ella rara vez se tomaba descansos en el trabajo. Aunque era muy fiestera y divertida era responsable en su trabajo.   —Dejé a cargo a Víctor. Él se encargará de todo hasta que llegue en la tarde, —se me olvidaba que Angie tenía una mano derecha en el trabajo familiar. Para mi padre era ella y para ella era Víctor; el hombre más humilde y gentil que he conocido en la vida. Un buen hombre que pertenecía a la familia por los años que llevaba en las tiendas de comestibles Singer, 55 años para ser exactos. Ya estaba por jubilarse.   —Oh. —fue lo único que dije y nos adentramos a la tienda que de igual forma era de nosotras. Le quité el carrito a mi hermana para traerlo yo, me gustaba llevarlo a todas direcciones, me hacía sentir niña nuevamente, así que jugaba con él y a Angie no le agradaba la idea. Siempre terminaba con miradas de fulminación o de vergüenza, pero después se le pasaba y se unía a mí. Antes, nuestra nana nos traía para comprar la despensa de todo el mes y nos dejaba que nos subiéramos dentro de él mientras ella empujaba como si fuera un carrito de carreras.   Lindos recuerdos.   —¿Qué te parece si me subo y tu empujas? —le pregunté divertida a Angie. Me miró sosteniendo con un litro de aceite en la mano.   —Sabes que ya no somos unas niñas, ¿verdad?   —Sí, ¿y qué? A veces las personas lo hacen. —Mentira.   —Pues no las que tienen 18 y 21 años. Ya somos grandes.   —¿No has escuchado de que toda persona siempre tendrá un niño dentro? —le sonreí. —Yo tengo uno y tú tienes otro que en el fondo nos están gritando ¡Suban, suban, suban, suban! —mi sonrisa se agrandó cuando ella sonrió.   —Eres todo un diablillo, —dijo. —Súbete —me ordenó.   Subí una pierna al carrito que por cierto no sé por qué se me dificultaba más ahora subirme, tal vez porque la nana lo hacía antes por mí ya que era un pedazo de gente. Alguien tosió detrás de mí y me voltee aún con una pierna dentro y otra fuera del carrito de compra.   Estaba muerta. Era una de esas escenas donde me hubiera gustado hacerme la muerta como lo hacen los perros y gatos cuando juegan, obvio yo iba a parecer un murciélago colgando ahí. Su amigo sonreía divertido y a su lado estaba Randy con una ceja levantada hacía mí no sabiendo que pensar de mí. Ya había dicho que odiaba que levantara una ceja, ¿verdad? El chico estaba ganándose a pulso mi odio. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Randy mientras Mael aguantaba una risa. La sangre subió hasta mis mejillas, sabía que estaba completamente sonrojada de la vergüenza. Voltee a todos lados buscando a mi hermana ¡Se había ido! Supuse que se había alejado antes de pasar vergüenza conmigo. —Eh…yo. —Todavía mi pierna seguía arriba del carrito. Tragué saliva mientras miraba a todos lados para ver si alguien se apiadaba de mí. Estaba sola. —¿Sí? ¿Tienes alguna explicación lógica de por qué tienes una pierna arriba del carrito de compras? —se burló. Entonces sentí que el color de mis mejillas dejaba de arder mientras lo miraba fulminante. —Es que…—tosí y me di cuenta que seguía arriba del carrito así que bajé mi pierna. Me paré recta delante de ellos. —Yo estaba buscando algo. —Y para eso ¿Te ibas a subir? —esta vez alzó ambas cejas hasta el nacimiento de su cabello. —No. Bueno, yo quería. —Un momento, ¿por qué rayos le estaba dando explicaciones? —Yo no tengo que darte explicaciones de lo que hago. —Yo creo que sí. Porque nosotros te vimos primero y te ahorramos la vergüenza de que otras personas te vieran subir al carrito de compras al venir aquí y hablar contigo. —Aun así, no les debo ninguna explicación. —Miré a su amigo quien se encogió de hombros restándole importancia si le respondía o no. —Ese es el punto. A Mael no le debes ninguna explicación, pero a mí sí —sonrió mostrando unos dientes bien cuidados como los de los modelos. —Estás loco si crees que te daré una explicación —Me crucé de brazos. —Claro que lo harás, —me miró a los ojos y yo le sostuve la mirada. Aunque nadie se diera cuenta; en la mirada estábamos haciendo una guerra, la cual yo ganaría. —Becky —la voz de mi hermana sonó en el espacio que estábamos, pero yo no despegaría los ojos de él. Si lo hacía perdería esta batalla de miradas y no le daría más victorias a su ego de verme como una perdedora. —¿Becky? —volvió a llamar mi hermana esta vez estando a mi lado. Sabía que nos miraba como bicho raro al igual que su amigo. Una sonrisa se asomó nuevamente en sus labios. —Vas a perder, —no me quitó los ojos de encima. —Tú eres el que vas a perder, —esta vez fui yo quien sonrió. —¡Becky entraron a robar a la tienda! —la voz chillona de mi hermana reventó mis tímpanos. Sabía que estaba jugando conmigo para que dejara este juego de miradas con Randy y él ganara, pero no lo haría. Varias veces me había engañado con sus bromas. —¡Becky! Las personas empezaron gritar, Angie estaba siendo buena con esta broma que me estaba haciendo. —¡Todos al piso! —escuché a alguien a mis espaldas gritar. Ella se estaba pasando de la raya. Vi a Randy fruncir el ceño y entonces no pude aguantar más y me gire a Angie quien al parecer estaba aterrorizada, jamás la había visto así en toda mi vida. Miré a los alrededores y había personas en el piso siendo apuntadas con un arma por unos hombres que llevaban pasamontañas negros. Era verdad, la tienda estaba siendo robada. Unos hombres se percataron de nosotros y caminaron hasta donde nos encontrábamos apuntandonos con el arma y ordenando que nos acostáramos en el piso boca abajo. Miré a Randy quien al parecer no estaba tan asustado, solo mantenía una línea fina en sus labios, al igual que su amigo. En cambio, yo estaba asustada hasta la mierda, jamás había estado presente en un robo y mucho menos que fuera en nuestra tienda. El pueblo casi nunca tiene robos y solo suelen ser de vandalismo. Algo menor.  
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