Padre Gael Moya. —No creo que te quejes de tu princesa —sonríe Felipe al ver a Jana nuevamente dormida en mis brazos. —Por lo menos alguien te hizo buena compañía estos días y te despejó un poquito la mente. Y sonríe depositando un suave beso en su frente y peinando sus cabellos con los dedos. También yo sonrío al verla tan relajada y aferrada a mi pecho con fuerza como si asi se asegurara que no la pondré en su cama tan temprano como lo hice ayer. Su pecho sube y baja lentamente mientras su respiración se oye relajada y cada tanto emite algunas que otras palabras inentendibles para después sonreír entre sueños. Estos tres días han pasado volando para mí, y si, mi mente se logró distender entre risas, juegos, gritos, cánticos, rezos al tardecer junto a la gran fogata y Jana que fue sin