Logan estaba sentado en la oscuridad de su departamento, con la única iluminación proveniente de las débiles luces de la calle y el parpadeo ocasional del televisor, que ni siquiera se había molestado en encender.
Sostenía una botella de whisky a medio vaciar en una mano con sus dedos aferrando el cuello con fuerza, como si fuera un cuello que quisiera estrangular. ¿De quién? No estaba seguro.
La botella chocó contra la mesa de vidrio cuando la dejó caer y se reclinó en el sofá, con los ojos pesados, pero bien abiertos.
Entonces el timbre sonó.
Logan frunció el ceño y apretó la mandíbula, quienquiera que fuera, podía darse la vuelta y largarse pues él no estaba de humor para visitas, mucho menos para los vecinos con falsa amabilidad que habían venido antes, ofreciéndole sus “condolenci
