Anisa estaba sentada en la dura silla de plástico junto a la pared de la unidad de cuidados intensivos de Rita, ella tenía las manos fuertemente entrelazadas sobre el regazo, y el olor estéril del desinfectante llenaba sus fosas nasales, pero ya casi no lo notaba. Sus ojos estaban fijos en la figura frágil que yacía en la cama del hospital, Rita estaba rodeada de máquinas, un monitor cardíaco que emitía pitidos constantes, un gotero que alimentaba su cuerpo debilitado, y una cánula nasal que le suministraba oxígeno a través de unos tubos finos y transparentes apoyados contra su pálido rostro. Siempre había sido tan fuerte, tan llena de vida que verla así, tan quieta y vulnerable, hacía que a Anisa le doliera el pecho. Las máquinas que la mantenían con vida le parecían intrusivas, frías