Christopher me puso su abrigo en la espalda, y, al igual que él, yo también estaba agradecida por ese abrigo... Sentí su textura de lana con mi mano, y observé atentamente su color gris Oxford, puesto que deseaba guardar cada detalle de él en mi memoria. Después salimos juntos a la terraza y nos sentamos en el sillón que ahí estaba. La noche me parecía más estrellada que otras noches, y la luna parecía sonreírnos. Las luces de la ciudad hacían un efecto mágico con las luces navideñas y su refracción entre los copos de nieve que aún caían. Yo titiritaba un poco por el frío, pero, poco a poco fui olvidándolo con los abrazos de Christopher y el calor provocado por el vino. Al principio no hablábamos... solo observábamos y disfrutábamos de la vista. Después el vino comenzó a aflojar nuestra