— Pequeña, ¿te encuentras bien? — Asentí, pero ya sentía los ojos mojados. — Emma, ¿qué tienes, chiquita? — Negué. — No… — Sorbí la nariz. — Mi trufa. — Ahí comenzaba a llorar cual niña llora por su mamá. — Eran las últimas que había hecho, mis favoritas. — ¿Quieres que pasemos por una chocolatería? — Negué. — ¿Qué es entonces? — No tenía caso decirle, pero me abrazó y sentí que ese acto me aliviaba la presión en el pecho. — Dime, quiero saber. — Moví la cabeza en negación. — Emma si estás así es porque es algo grave, ¿es por lo de la cafetería? — En parte. — Dime qué sucede. — Mi novio no me cree. — Creo que eso resumía todo, aguantaba como los machos, pero era lo que más me hacía decaer. — ¿Puedes abrazarme un poco más? — Sabía que él no tenía la culpa, ella era otr