XXXI

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XXXI Joe permaneció largo rato sentado y prestando oído mientras reflexionaba sobre su malhadado destino; en algunas ocasiones, esperaba oír rumor de pasos en la escalera o la voz de su digno padre que subía a exigirle una rendición inmediata y sin condiciones. Pero no llegaron a sus oídos rumores de pasos ni voz alguna, y aunque los ecos de las puertas que se cerraban y de las personas que entraban y salían en los cuartos con precipitación le hacían comprender que reinaba en toda la casa una agitación extraordinaria, ningún rumor cercano turbó su retiro, que parecía más pacífico aún a causa de los estruendos lejanos, aunque era triste y sombrío como la celda de un ermitaño. El sol apuntaba ya sobre los árboles del bosque, y se extendían a través de la ondulante neblina brillantes barras

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