—Mi madre —dijo Monks alzando el tono de voz— hizo lo que una mujer tenía que hacer: quemó ese testamento. La carta nunca alcanzó a su destinataria, sino que retuvo esa y otras pruebas por si acaso algún día se intentaba ocultar la mancha con mentiras. El padre de la joven supo la verdad de sus labios, agravada con la adición de cuantos detalles escabrosos fue capaz de añadir su odio visceral, por el que hoy todavía la amo. Instigado por la vergüenza y el deshonor, huyó con sus dos hijas a un remoto rincón de Gales, y hasta cambió de nombre para que ni sus más allegados llegaran a saber de su retiro; y allí, no mucho tiempo después, fue hallado muerto en su lecho. Hacía unas semanas que la joven había abandonado el hogar paterno en secreto; él anduvo buscándola por cada ciudad y cada puebl