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El rostro de mi esposo

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Para empezar, llevo estudiando en el extranjero varios años, en los que mis padres nunca habían requerido mi presencia y menos con tanta urgencia.

Querían casarme.

Tenían enormes deudas y yo igualaba el pago de esta, es decir, me estaban vendiendo, pregonando la virginidad que ya yo no poseía y viéndola ellos como un valor invaluable que entregaban junto con su hija a ese hombre al que me casarían.

¡Pero yo no era virgen!

Y mas importante, ¡no quería casarme!

Decidida, huí de ellos y ahora me encontraba en la casa de un desconocido, que parecía el pecado andante de un lado a otro frente a mis ojos.

Se supone que solo había comprado alojamiento por dos días, con dos besos míos, pero quizás podría seguir haciendo este tipo de trueque con este hombre que poco a poco dejaba de ser un desconocido.

Soy Trix y esta es mi desastrosa historia de como escapé de un matrimonio arreglado.

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Niña buena
—Mamá.— abrí la puerta al llegar a casa después de varios meses fuera del país, en la universidad, mis padres sabían hoy de mi llegada pero no parecía importarles mi regreso. No me molestaría en buscarlos por toda la casa, ellos sabían que hoy volvía. Incluso les dije la hora en la que estaría aquí, ya que sabía que no se molestarían en recibirme en el aeropuerto, nunca lo habían hecho. —Señorita, que bueno verla otra vez en casa. —Iris, nuestra cocinera, me quería mas que mis padres, no entendía el amor que ellos decían tenerme pero me gustaba mas el de Iris. Cinco malditos años en el extranjero, solo una visita al año y nunca una llamada por mi cumpleaños, una carta o un “¿cómo estas?”. Nada. Ahora, repentinamente, solicitaban mi regreso como si su vida dependiera de ello, pero ni siquiera podían estar aquí para darme la bienvenida. Esta casa, donde me había criado, ahora se veía como un lugar lejano, desconocido y poco familiar. —¿Cómo ha estado su viaje? Sus padres bajarán pronto, no se preocupe.—la mirada de Iris, aunque era cálida, también era de pena. —Gracias, Iris. Ha sido un poco largo, pero nada fuera de lo normal. —me acerqué a ella y la abracé, necesitaba sentir el calor de alguien cercano y que sintiera aprecio por mi.—Iré a tomar una ducha, bajo en un rato. Si mis padres bajan antes, avísales que ya estoy aquí, me que estoy bañando. —Si, señorita. Cuando subí las escalera, me sentía aún mas extraña. La había recorrido tantas veces y hoy solo era algo mas, no me sentía de aquí. Mi habitación olía a cerrada, abrí las ventanas y dejé que se ventilara. —Beatrix. —era la voz falsa de mi madre. Entró a la habitación sin molestarse ni en tocar.— Prepárate, querida. Tenemos un almuerzo con alguien que quiere conocerte.—Menos en saludar, después de tanto sin verme. —Mamá, mucho tiempo sin verte, ¿dónde está papá?—me acerqué a ella pero levantó su mano derecha en señal de que me detuviera. Y así lo hice. Pensé que había sido la corriente de aire que entraba por la ventana lo que había causado mi escalofrío, mas no fue así, fue la frialdad con la que mi madre me trató, como si eso fuera algo nuevo. —Te espero abajo, no tardes. Ponte lo mejor que tengas, al menos haz algo bien en tu vida. Me senté en la cama con los hombros caídos, aquello nunca dejaba de doler y cada vez era peor. Nunca mejoraba. ¿Quién quería conocerme? Esto seguro que tiene que ver con que hayan solicitado mi regreso de manera urgente. Espero que no estuvieran intentando buscarme esposo, en mis planes no estaba el casarme, apenas tenía veintidós años, aunque no por la edad, sino porque no quería. Menos con un desconocido, pero ellos me querían tanto que eso podría darles igual, sin embargo, yo era una mujer adulta y no podían obligarme a nada. O eso quería decir, no era esa precisamente la situación o el curso de la historia. Me habían obligado a cada cosa que yo había hecho. Todo lo elegían ello. Era un fastidio, pero no estaba dispuesta a que eligieran mi vida amorosa, eso si que no. ¿La mejor ropa? Todo lo que tenía era muy buena, cada cosa. En mi vida sobraban los lujos, pero escaseaba el afecto. Bajé las escaleras con un vestido azul ceñido a mi cuerpo, llegaba por encima de mis rodillas y con un corto abierto a cada lado. Calzaba unas converse altas de color blanco, el estilo actual que venían con algo de tacón. —Hola, papá. —saludé con pocos ánimos, solo tendría la misma respuesta de parte de mi padre. Muchas veces creía que no eran mis padres o algo así, pues con quien único eran fríos era conmigo, pero el parecido físico con ellos era innegable. Ojos de mamá, nariz de papá, cabello de papá y también su altura. Definitivamente tenían que ser mis padres. —Beatrix, ¿Crees que estás vestida acorde para conocer a un hombre de veintisiete años? —¡¿Qué?!—pregunté muy confundida, realmente iban a presentarme a alguien. —Escucha, por una vez en tu vida podrás agradecer por todo lo que te hemos dado y enseñado. Ha llegado ese momento. Tu madre y yo te necesitamos, si quieres seguir conservando tus lujos, tus inútiles estudios y la casa en la que vivimos. —Papá, ¿pero qué pasa? ¿Estamos en la quiebra o algo? Podrían al menos decirme qué es lo que pasa. —¿Tengo que explicártelo todo? ¿No es obvio que nos estamos yendo a la banca rota? No seas tan estúpida y reacciona. —aunque él hablaba más calmado que mi madre, sus palabras siempre eran más hirientes. Es que aún no sabía cómo es que no me acostumbraba a esto. Si siempre era más de lo mismo. —Lo siento, papá. ¿Qué es lo que tengo que hacer para ayudarlos? —y ahí estaba yo, la sumisa Beatrix, la niña buena, la obediente y tierna hija que hacía todo cuanto sus padres querían. —No tienes que hacer mucho, solo casarte con ese hombre, actualmente es quien comprará nuestras deudas, pero el precio es muy elevado. A tu madre se le ocurrió la brillante idea de darte en casamiento para igualar la suma y conservar algunos bienes. Sabemos que eres virgen y eso ha ayudado mucho. Esa parte tuvo más peso, al fin tienes algo valioso que podemos usar. Aquí ya había un problema. Mi virginidad se había esfumado una vez que Scott Levis entró a mi cuarto del campus, atraído por mi manos insistentes y mis fuertes deseos de besarlo, que terminaron en mucho más que eso. Bendita noche aquella, inolvidable e irrepetible. Solo aquella. —Pero papá…—quise explicarles que ya no conservaba eso que ellos ahora creían valioso en mí, pero no me dejaron. —¿Ya te estas negando?—preguntó enoajdo. —¿Qué te ha hecho falta en tu vida? Te lo hemos dado todo.—Era lo único que podían presumir que me dieron y siempre se encargaban de echármelo en cara. —Si, papá. —solo faltó lo más importante. Afecto. —Tenemos que irnos para llegar primero. Hoy lo conocerás, no se ve un mal tipo y si lo fuera, con la cantidad de dinero que tiene eso se tolera, permitirás que sigamos teniendo esta vida de lujos. Y así, como una mercancía, mis papás me habían ofrecido para igualar sus deudas a un hombre que lo único que yo sabía de él era que tenía la edad de veintisiete años. El camino en el coche fue muy silencioso, pero mis manos sudaban, tenia la boca seca y miraba a mis padres con odio, sintiendo mucho desprecio por ellos, por lo que habían hecho y por mi misma, por no rebelarme, por no decidir por mi misma y ser tan tonta. Miraba por la ventanilla todo a mi alrededor, y no conocía mucho de aquí, todo había cambiado y yo casi era una extranjera en mi propio país. Nos detuvimos en un restaurante y ellos bajaron primero que yo, me quedé unos minutos en el coche, asimilando la situación, apretando con fuerza mi bolso ridículamente pequeño y viendo si encontraba en mi mente un recuerdo agradable que valiera la pena, pero no hallé ninguno. Mis padres me miraban desde la puerta del restaurante, a la espera de mi para entrar. Me acerqué nerviosa, temiendo de lo que mis labios querían soltar, pero yo era muy cobarde. O no. No sé si era muy cobarde para casarme con un hombre que no conocía de nada o era muy cobarde para negarme a hacerlo. Mi mente rechazaba esta decisión que ellos habían tomado. Que me casaran era algo que no les podía permitir. —No me voy a casar. Si tenemos que trabajar, podemos hacerlo. Queda poco para que termine mi carrera, puedo generar dinero con un buen empleo y ayudarnos, podemos salir adelante sin que hagamos esto, por favor. No es necesario que me case con un desconocido, solo por dinero. No es justo.—de mis labios salieron las palabras tan suaves y deslizantes, que ni yo lo podía creer que fue tan fácil decirlas. —¿De qué diablos estás hablando? Justo por dinero es que se hacen esas cosas, vamos dentro, te comportas como la niña buena y educada que eres y conoces a tu futuro marido. —Quizás él si le enseñe modales, porque parece que tu padre y yo no lo hemos hecho. —Mamá, papá no soy una niña y odio que me digan esa palabra.—sentía un cosquilleo enorme en la palma de mis manos mientras bullía por todo mi ser el valor.— Ah, una cosa mas. ¡LOS ODIO!— grité a todo pulmón mientras mi madre se tapaba la cara. Salí corriendo de allí sin mirar atrás y sin poder parar, entrando por callejones, cruzando calles y continuando corriendo, hasta que mi aliento ya no estaba y todo lo que salía de mi boca era mi agitada respiración. Cansada, emocionada, asustada y eufórica. Toqué mi hombro para tomar el lazo de mi bolso y ver la hora en mi celular, pero allí no había ningún bolso. Me puse a pensar y lo había sacado del coche, lo tenía conmigo. La única explicación era que se había roto en el camino y se cayó. Pero…¡no sabía ni por donde había venido! Nunca miré hacia atrás, no sabía donde estaba. Solo corrí y corrí sin parar, sin detenerme. Regresar no era una opción. Entonces, ¿cuáles opciones tenia? ¿Tenía opciones? Crucé la calle algo pensativo, pero el claxon de un coche interrumpió mis pensamientos. Miré hacia su interior y le paré el dedo y le saqué la lengua al hombre que venía conduciendo en el, sintiéndome con una rebelde, sintiéndome libre con ese simple gesto dirigido hacia alguien que no tenía nada que ver con mis problemas, pero resultaba liberador, aunque todo lo demás era un desastre. Hasta que el coche se hizo a un lado y se aparcó. Me quedé observándolo del otro lado de la acera, creyendo que solo fue una coincidencia, que él no se detuvo solo por lo que hice; un hombre joven, de unos veintitantos bajó del coche y venía cruzando la calle hacia mi, con una sonrisa algo malévola en la cara, sus manos metidas en los bolsillos y exhibiendo los tatuajes de su brazos, con la manga de su camisa doblaba, quedando desnudo parte de sus brazos. El instinto me dijo ¡corre! Pero a mis piernas ya había llegado el miedo, cuando corrí casi fue tarde. Me entré a un centro comercial y sin mirar atrás me introduje hacía una tienda solo de bolsos, hermosos bolsos. Mis latidos se fueron tranquilizando mientras miraba esos maravillosos bolsos. No lo creía capaz de seguirme, tampoco fue como si golpeara su coche o le hiciera algún tipo de insulto imperdonable. ¿Quién se detenía solo por eso? Solo un loco con ganas excesivas de pelear. Había un bolso parecido al que yo llevaba antes, pero este era más hermoso. Pero igual de costoso. Creo que era de una colección nueva. Me gustaba mucho, estaba en varios colores y diseños variados. —Estás jugando a ser mala y ni sabes esconderte. Era obvio que entrarías a una tienda de bolsos y a la primera que estaba en el centro comercial. Déjame ver esa mano que intentó ser vulgar.—Casi pego un grito del susto al escuchar aquella voz tan varonil cerca de mi, tomó la mano que yo había levantado antes e inspeccionó mi dedo. La voz se me había ido, la mano que él sostenía temblaba y mi cara estaba roja, por el miedo y de la vergüenza. ¡Me había encontrado! Sentía una presión en el pecho, como cuando vas bajando en la montaña rusa y sientes que todo se va a salir, como si mi corazón quisiera huir.—¿Y la lengua? ¿Te la ha comido el ratón?—seguía con aquella sonrisa malévola mientras hablaba, todavía con mi mano sujetada. —¡Estúpido, suéltame!—pero su agarre continuó en mi mano, yo intentando alejarme y el devolviéndome a él, sujetó mi otra mano y me hizo señalar el bolso que yo miraba antes. —¿Te gusta? Si me das un beso te lo compro. —¿Q-Qué?—Miré hacia los lados, intentando no mirar su rostro, porque se me caía la cara de la vergüenza. Solo quería que me soltara. Ahora mismo el hermoso bolso me daba lo mismo. —¿Prefieres dos? Dos besos y te lo compro. ¿Cuál es el que te gusta?—separé mis labios para quejarme, pero al verlo tan de cerca, sentí nervios de otro tipo, ya no por miedo.— Eres muy buena como para hacer eso. —soltó mi mano y se dio la vuelta para marcharse. —¡Espera!—dije a punto de cometer otra locura, ya que la primera fue huir de esa manera de mis padres, pero sobre todo decirles esas cosas y escapar sin un plan o tener a donde ir.— Te doy un beso y me das alojamiento hasta mañana. —aquello era mejor que un bolso, por mas bonito que estuviera, no era eso lo que necesitaba justo ahora. Un bolso no solucionaba mis problemas, pero un lugar donde quedarme era una mejor oferta. Me observó de arriba hacia abajo antes de responder. Su expresión era un tanto intimidatoria. Este hombre era muy guapo, con una mezcla de bad boy. —¿Qué soy? ¿Un hotel?—se quejó este al escuchar mi contraoferta. —¡Dos besos! —dije insistente, como si lo que yo estuviera ofreciendo fuera oro. Pero era lo más que podía ofrecer y él había planteado la idea de darme el bolso a cambio de un beso, yo solo cambié su proposición. —Bien, pero uno ahora y el otro cuando yo te lo pida. Dos besos a cambio de alojamiento. Solo hasta mañana, que quede claro. No soy un niñero. —Quizás…necesite un día mas, alojamiento y comida por dos días. Eso.—era mejor contar con un día extra aunque no lo usara; tragué saliva algo emocionada por mi primera aventura de tal magnitud. No se qué pasaría cuando todo este valor me abandonara y viera la realidad de mi situación. —No soy un bebé, así que quiero mi beso con todo lo que eso incluye. —se fue acercando a mi y yo tuve miedo de preguntar qué incluía, pero al final lo hice. Él estaba muy cerca. —¿Eso que incluye?—rodeó mi cintura tomando mucho atrevimiento, era demasiado atrevido, se demostraba no solo en lo que estaba haciendo ahora, también lo supe desde que detuvo el coche y me siguió. Me gustaba eso. Le daba más emoción a mi aventura. —Incluye que tome tu cintura, te acerque a mi, toque tu trasero y roce tú lengua con la mía, te robe el aliento y escuche un suave y silencioso gemido salir de tus labios en el transcurso del beso. ¿Aceptas o es demasiado para ti?—su mirada triunfante me decía que él sabía que yo terminaría aceptando y eso también lo emocionaba. ¿Desde cuando para dar un beso era necesario todo eso? —A-acepto. Y así lo hizo, justo como había descrito antes. Me acercó a él por mi cintura, sus manos se fueron deslizando por mi trasero cuando su rostro se acercó al mío, primero sentí sus labios y fue yendo como un beso normal, hasta que mi lengua notó la suya y todo se intensificó, olvidándonos que estábamos en una tienda de bolsos, me sentía tan pegaba a él que sentía su pantalón sobre mi piel, sus manos en mi trasero parecían estar fundidas allí, mi aliento se fue escapando de mis labios y aquel beso no parecía tener fin. Solté un suave gemido por todas las sensaciones que sentía cada vez que su lengua se envolvía con la mía, toqué su espalda, en un intento por acercarme más a él. ¡Esto era un beso! Un beso que calentaba todo mi cuerpo, un beso con un desconocido, un beso intenso, un beso en medio de una tienda de bolsos dentro de un centro comercial. Un beso. Cuando el beso terminó, yo le di la espalda muy avergonzada. Toqué mis mejillas con mis manos muy frías, sentía sus labios sobre los míos y recordar el roce de su lengua con la mía, hacía que toda mi piel se erizara. Lo había disfrutado. Mucho. —¿Entonces qué? ¿Nos vamos?—dijo. Me di la vuelta todavía sin poder mirar su cara.—Pensé que la niña buena no iba a saber besar, pero resultó que sí. Tengo un compromiso ahora, te quedas en el coche mientras yo lo termino, será rápido. ¿Cuál es tu nombre? —Trix, soy Trix.—No sé porqué no quería decir mi nombre verdadero. Lo seguí fuera del centro comercial hacia donde había dejado su coche aparcado. Cuando llegamos allí, él recibió una llamada. —Me han cancelado, otro día será. Vayamos a donde te vas a alojar, por dos días, no más. Dudé un poco en si subirme a su coche, ¿que otra cosa terrible podía hacer hoy? ¡Ah! Insultar y huir de mis padres, besarme con un desconocido y ahora irme en su coche porque había comprado dos noches en su casa a cambio de dos besos. —¿Cómo te llamas?—pregunté en voz baja. —Cuando te dirijas a mi, alza un poco mas la voz, no te escucho nada. Quizás sigas nerviosa pero parece que susurras. —¿Cuál es tu nombre?—pregunté un poco mas fuerte. —Ari.—respondió él. Tenía la sensación de que él tampoco había dicho su nombre real. Me fui hundiendo en el asiento mientras íbamos en el coche, toda la adrenalina me había abandona y ahora sentía la cabeza grande por mis acciones. Pero no podía arrepentirme de nada. Esta vez no.

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