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El perfume del millonario

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Blurb

Nina estuvo con Esteban una noche, pero se le incrustó en el corazón de manera inmediata. Desde ese día que no paró de pensar en él, pero lo que más le quedó grabado fue su aroma. Ese perfume tan diferente y único al que jamás volvió a sentir… hasta que entró a trabajar en una lujosa mansión como sirviente de una familia muy apoderada.

¿Será el dueño de ese lugar a quien estaba buscando? ¿Y si esa mujer que está con él en las portadas de revista es su novia? Además, ¿él la recordaría?

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Prólogo
Hace siete años. Un cosquilleo en mi cintura me despierta. Sonrío pensando que mi gatito se subió a la cama y estiro la mano para acariciarlo. Pero… pero no encuentro a mi gato, sino a una mano trazando redondeles sobre mi piel desnuda. Me levanto rápidamente, ¿dónde estoy? Unos ojos verdes me miran desde la cama. Oh, Dios mío, está desnudo. Y yo estoy desnuda. Y no recuerdo nada de lo que sucedió anoche. En mi mente hay miles de imágenes, pero ninguna describe cómo llegué hasta acá. Mi cabeza comienza a doler al darme cuenta de que perdí la virginidad con un desconocido. Miro a mi alrededor, por lo menos hay diez latas de cerveza vacías tiradas por el suelo. Mi ropa está en la punta de la habitación. Voy corriendo a agarrarla y me la pongo. El muchacho se ríe y clavo mi vista en él. Tiene una sonrisa hermosa, hechizante. Me quedo ensimismada por un instante, pero entro en acción nuevamente cuando noto que él me mira con las cejas alzadas. No recuerdo nada, ¿por qué mierda no recuerdo quién es ni qué hicimos? Me quiero matar, está claro lo que hicimos por más que no lo recuerde. Él se levanta desnudo. Su pene está erecto. Santo cielo, no quiero ver eso… o bueno, sí, pero no de esta manera. Es obvio, la mayoría de los hombres se levantan así, pero verlo es totalmente distinto. Miro hacia otro lado. Cuando vuelvo a poner mis ojos sobre él, unos dos minutos después, se está poniendo su jean. Termino de ponerme la camiseta y las botas, revisando nuevamente en mi mente lo que puede haber pasado. Pero nada, totalmente vacío. El chico se acuesta otra vez y prende un cigarrillo. ¿Cuántos años tendrá? ¿Veinte? Más o menos. ¿Cómo será su nombre? ¡Qué vergüenza! Me acosté con alguien y ni siquiera sé su nombre. Sus ojos verdes vuelven a clavarse en mí y me sonrojo. Me miran con deseo, hambre de sexo, típica mirada de las personas que quieren más de lo que tuvieron. Sacudo mi cabeza rápidamente y comienzo a buscar mi bolso por todos lados. ¿Dónde está? ¿Dónde lo habré dejado? Finalmente lo encuentro colgado en una silla. Reviso si tengo todo. Documentos, celular, dinero. Sí, no me falta nada. Él me ve mientras esboza una sonrisa torcida, apagando la colilla del cigarro contra un cenicero de cristal sobre su mesita de luz. Es sexy, por lo menos tuve suerte. Pudo haber sido peor. Abro la puerta de la habitación y salgo corriendo. Que no me siga, que no me siga; pienso. Pero no, no escucho que viene detrás de mí. Genial. Bajo unas escaleras de mármol y madera. ¿Es millonario? Bueno, su padre debe serlo, no creo que esto sea completamente de él. Atravieso la cocina y encuentro el baño. Entro un momento para verme al espejo. ¿Qué-es-esto? No puedo creerlo, tengo ojeras pero mis ojos color avellana verdosos están bien abiertos. Mi boca está hinchada, y mi pelo de color chocolate con ondas está totalmente despeinado y enredado. ¿Por qué no logro acordarme de lo que hicimos? Está más que claro que tuvimos sexo, pero quisiera recordarlo por lo menos. El dolor de cabeza me sigue matando. Me siento un momento sobre la tapa del inodoro y respiro profundamente. Tranquila, Nina. No es nada. ¿Cuántas veces te emborrachaste? Bueno, ninguna, pero no es para desesperarse. Me paro rápidamente, subo la tapa y vomito. Bien, la resaca ya está haciendo efecto. Si no hago algo ya, me pondré peor. Tocan la puerta del baño. No pienso abrir. No quiero verlo. Tengo vergüenza de ver al desconocido. —¿Señorita? —Es la voz de una mujer. La que faltaba, ¿será su madre? Con menos razón abriré—. Señorita, por favor. Abra la puerta. Le traigo un remedio para la resaca y una toalla para que se bañe. Muevo las manos y salto en el lugar. Estoy nerviosa. ¿Habrá usado condones? Sería lo peor si me embarazo. La señora sigue insistiendo y le abro la puerta. Es una mujer mayor, con un traje de mucama color negro. Sus ojos son negros y tiene arrugas alrededor de ellos. En sus manos trae un vaso con agua y una pastilla y en el brazo una toalla blanca. Me lo entrega. —El señor dice que le dé esto y se tome su tiempo para darse una ducha. Si quiere puede quedarse a comer. —Oh, no. Gracias señora. Sólo tomaré el remedio y me iré. No quiero molestar ni bañarme en casa ajena —contesto con voz afectuosa. Ella sólo asiente—. Una pregunta… ¿cómo se llama el señor? —No quiero ser mala, pero pregúnteselo usted. —Se va. Vieja bruja. Mejor me voy ya mismo antes de que el extraño me venga a buscar por sí mismo. Después de cinco minutos, encuentro la puerta para irme. Miro a la enorme casa por dentro y noto una figura en las escaleras. Es él, mirándome, con las manos sobre la baranda. Mi corazón da un vuelco cuando sonríe, me guiña un ojo y luego, me tira un beso. Abro la puerta rápidamente y salgo a la calle. Ni siquiera sé dónde estoy, pero ya lo averiguaré. Camino unas cuadras y saco mi celular del bolso. Espero que alguna amiga mía me atienda. Está apagado, así que lo enciendo. Mantengo presionado el botón, pero la pantalla no se ilumina. Después de tres intentos seguidos, prende. Pero sólo para decir “Batería baja”, y vuelve a apagarse. Estás bien, Nina. No sabés dónde estás, no tenés batería en el celular y no sabés cómo volver a casa, pero estás bien, pienso para tranquilizarme. Me siento en el cordón de una vereda y me pongo a llorar. Parezco una niña pequeña, pero es que no tengo otra opción. Soy muy irresponsable, no sé ni cuidarme, mi papá tenía razón cuando no me dejó independizarme. Creo que pasa media hora cuando una ferrari negra para frente a mí y el vidrio del acompañante baja. —Subí que te llevo —dice una voz ronca y sexy a la vez. Levanto mi vista y me encuentro con el chico de la casa, con sus ojos verdes brillantes mirándome y una sonrisa de mujeriego terrible. ¿Acepto ir con él? —Ni en tus sueños —termino diciendo. Suelta una carcajada y pone los ojos en blanco. —Vamos, tengo que ir a buscar a mi jefe y seguramente tu casa me queda de paso —dice. —Perdón, ¿tu jefe? Yo pensé que tu papá era el jefe —comento y suelta una sonora carcajada. —Ojalá. —Arruga la nariz—. Soy el chofer. Respiro hondo, ni siquiera sé si creerle, no lo conozco de nada. Sacudo la cabeza, definitivamente la borrachera me hizo mal. —¿Subís o no? —vuelve a preguntar. Lo miro con profundidad y suspiro, sopesando la respuesta. —¿Tenés edad para manejar? —le pregunto. Rueda los ojos. —Tengo veintiuno, así que sí. Entro a su auto lentamente. Siento un olor dulzón embriagador y me doy cuenta de que es su perfume. —¿Cuál es tu dirección? —cuestiona. Dudo en decírselo, pero si quiero llegar a mi casa debo hacerlo, así que se lo digo en voz baja. Suspira y arranca. No creo que esté tan lejos, anoche fuimos a bailar con mis amigas para festejar mis dieciocho años a un boliche de la zona, supongo que el chico también es de por ahí si es que me lo encontré en el lugar. Voy a hablar seriamente con mis amigas, no puedo creer que me hayan dejado ir con un desconocido así como así y sin avisar. De paso las mato. ¿Están locas? El semáforo se pone en rojo a mitad de camino y él posa su mano en mi pierna desnuda, ya que tengo puesto un mini short. Me mira fijamente a los ojos. —¿No te acordás nada de anoche? Me siento incómoda con su mirada sobre mí. Gracias a Dios el semáforo vuelve a ponerse en verde y dirige su vista de nuevo al camino. Dobla en una esquina y ya sé dónde estoy, faltan dos cuadras para llegar a mi casa. —Déjame acá —le digo. Prefiero caminar antes que sepa con exactitud donde vivo. —Okey, espero a que entres —sonríe y abre la puerta. Mierda, esa no me la veía venir. —Es que… estoy a unas cuadras de mi casa y quiero ir caminando. —Te llevo. No me cuesta nada manejar dos minutos más. —Cierra la puerta nuevamente. Resoplo. Finalmente, llegamos a mi domicilio. —Es una lástima que no recuerdes nada de lo que hicimos anoche —dice, muy cerca de mí. Pone un mechón de mi flequillo detrás de mi oreja. Luego pega su boca a mi oído—. Lo pasamos genial. Su voz provoca en mí una serie de escalofríos y excitación. ¿Por qué tiene que ser tan sexy? Me muerdo el labio. Quiero recordar qué es lo que sucedió entre nosotros, pero no puedo. ¿Qué clase de mujer olvida lo que hizo con alguien así? ¡Encima en su primera vez! Una idiota como yo, claro. Pensé que ya había terminado su oración, así que abro la puerta del auto y bajo un pie. Antes que baje del todo, me toma bruscamente de la nuca y me atrae hacia él, dándome un beso bien caliente, de esos que te llega la lengua hasta la garganta y sólo se puede respirar cuando te separas. Me muerde el labio y mi respiración está agitada. Nunca nadie me besó así. En serio, nunca. —¿No querés recordar qué hicimos? —cuestiona. Siento mi rostro caliente, sin saber qué decir. —No, gracias. Quiero irme, dejame salir. ¡Ah! ¿Usaste condones? —Claro. No soy tan irresponsable. —Pone los ojos en blanco y me besa otra vez. —Bueno… ya está —expreso alejándome—. Me voy, gracias por todo. —Nos vemos, linda. Salgo rápidamente del auto mientras saco las llaves de mi casa del bolso. Él todavía sigue allí, mirándome a través de la ventanilla. Me pone nerviosa que me mire tanto, por lo que tardo en meter la llave en la cerradura. Cuando abro la puerta, me acuerdo de preguntarle algo. Doy media vuelta para volver al auto. —¿Cuál es tu nombre? —digo, en voz alta. No sé si no me escuchó o qué, pero arranca y se va, dejándome parada como una tonta en medio de la vereda. 

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