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El nombre del millonario

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Blurb

Javier Márquez siempre tuvo todo lo que quiso desde pequeño. Rodeado de familiares empresarios, heredó la pasión por los negocios, por lo que solo pensar en tener una relación seria no estaba en sus planes de vida. Mujeriego, seductor, millonario y dominante, podía tener a cualquier mujer a sus pies, hasta que llegó ella: Martina Rossi, la nena con la que jugaba a los seis años creció y se convirtió en una modelo muy sensual, pero al mismo tiempo independiente, rebelde y difícil de controlar.

Entre ambos comenzará un tiro y afloje cargado de tensión s****l, ella disfruta hacerlo enojar y él solo quiere mantener su estabilidad para llevar la empresa con seriedad.

¿Quién ganará? ¿Podrá Martina ablandar el corazón de Javier, o él seguirá siendo un témpano de hielo?

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Prólogo
Javier Márquez. Ese nombre no paraba de resonar por los noticieros y periódicos, desde que nació en una cuna de oro, prácticamente ya tenía su futuro asegurado hasta su muerte. Hijo de Nina y Esteban Márquez, dos grandes empresarios perfumistas que se abrieron paso en un mercado hasta Francia en tan solo cinco años. Además, tan solo a sus veinticuatro años obtuvo varias medallas y reconocimientos en el ámbito, siendo un orgullo para sus padres. Desde pequeño estuvo rodeado de fragancias, pero también de autos, gracias a la fábrica automotriz de sus abuelos, por lo que su hobby preferido eran las carreras, incluso estaba siendo entrenado para ser piloto y no se perdía una sola fecha. Apostaba, ganaba y el destino le sonreía. Asistía con una mujer diferente todos los fines de semana, pero los días laborales era un tipo serio y centrado en los negocios. A sus veintisiete años no se le había conocido ni una sola relación formal, era un hombre frío, con pensamientos claros, no quería perder tiempo en relaciones amorosas. Estaba empeñado en seguir siendo exitoso y una mujer solo haría que ese deseo se viera afectado, no estaba listo para sentar cabeza. Ni siquiera los consejos de su padre, los mimos de su madre ni los reproches de su hermana menor lo hacían entrar en razón. Javier no iba a dar el brazo a torcer, nada de relaciones, solo negocios o sexo por diversión. Hasta que un día inesperado, y ajeno a lo que estaba sucediendo, un sonido de pisadas fuertes de tacones retumbó por el pasillo hacia la oficina de Esteban, su padre. Todos los hombres giraron para mirar a aquella diosa de cabello rubio, ojos avellana y curvas voluptuosas mientras se abría paso por la empresa con la misma seguridad con la que caminaba por las pasarelas. —Necesito hablar con Esteban Márquez o Nina, por favor —le dijo esbozando una sonrisa dulce a la recepcionista, quien la miraba con una mezcla de envidia y cortesía. La mujer revisó la agenda e hizo una mueca de tristeza. —Perdón, no están disponibles el día de hoy, tenían un viaje de negocios —replicó. La desconocida bufó y chasqueó la lengua cruzándose de brazos. —¿Javier Márquez está? —interrogó. La secretaria se mordió la mejilla interior mientras hacía de cuenta que miraba la agenda. Sabía que él estaba libre, pero odiaba las visitas inesperadas. —Voy a llamarlo. ¿Puede decirme su nombre? —expresó tomando el teléfono que tenía a su izquierda. —Martina Rossi —respondió la interpelada haciendo una mueca de disgusto. No entendía cómo no podía reconocerla. La señora asintió, marcó el número de la oficina y el muchacho atendió al segundo tono. —Señor, acá hay una joven llamada Martina Rossi, quería ver a sus padres, pero como no están… —Sí, que pase —la interrumpió Javier, que era bastante ansioso y el tono lento y dubitativo de la secretaria le molestaba. —Puede pasar, piso diez, primera oficina a su derecha —comentó mirando a Martina, quien le susurró un corto gracias y continúo haciendo ruido sobre sus tacones. Mientras tanto, Javier fruncía el ceño mientras golpeteaba un lápiz sobre un papel en blanco. Tenía que hacer cuentas, pero su mente se quedó en stand by en cuanto escuchó ese nombre. ¿Martina Rossi? ¿Por qué sentía que la conocía? Un ligero toque en la puerta lo sacó de su ensoñación y se puso de pie para abrir, abrochando el botón de la manga de su saco. Si esa mujer quería hablar con el dueño de la empresa debía ser importante, así que tenía que verse presentable. La mujer, más joven de lo que él pensaba, le sonreía del otro lado del umbral. Él la miró de arriba abajo, sin ningún tipo de disimulo. Desde sus tacones negros, pasando por su falda cuadrillé roja, su camisa blanca con ligeras transparencias y sus labios pintados de carmesí, llegó hasta sus ojos. Tragó saliva, ¿eran verdes, amarillos, color miel? Eran un color indescriptible, pero sumamente preciosos. —¡Hola, primo! —exclamó de repente la desconocida, saltando a sus brazos y abrazándolo con efusividad. Javier quedó plasmado, sin saber qué hacer. Él no tenía tíos, por lo que era imposible tener una prima. Debía haber una confusión o era una loca que quería sacarle dinero, como solía pasarle bastante seguido. Martina avanzó por la oficina y se sentó sobre la silla con total libertad. Por más que no quisiera, el millonario no pudo evitar mirar cómo ella se cruzaba de piernas y la falda subía un poco más, dejando a la vista unos muslos trabajados y firmes. Sacudió la cabeza y suspiró mientras se acercaba a su asiento. —No sé cuál sea tu plan, Martina, pero te aseguro que no vas a poder robarme ni un solo peso —dijo rompiendo el hielo. La nombrada arqueó las cejas y lo observó con diversión antes de soltar una estruendosa carcajada que irritó muchísimo a su acompañante. —Javier, ¿de verdad no sabés quién soy? —le preguntó poniéndose seria. Se veía herida. —No. —¿Tu mamá no tiene fotos en los que estás al lado de una nena? —cuestionó. El semblante de Javier se suavizó y soltó una risa silenciosa. Creía imposible que esa chica de seis años, con trenzas y sin dientes fuera la misma que tenía frente a él, pero ya lo recordaba. Era hija de la “tía” Eugenia, una vieja amiga de su madre que se mudó a Italia tras tener un hijo con un perfumista de allá. De repente, se le pusieron los pelos de punta. Si su padre era perfumista, eso significaba que probablemente ella también. Era su competencia y no podía bajar la guardia. Se reclinó sobre el asiento y se cruzó de brazos, examinándola con atención. Su cabello rubio caía en cascada y en las puntas unos bucles bien formados le daban volumen. Su rostro fino le daba un toque angelical, al igual que su tez pálida, pero en sus ojos y en esos labios color fuego se notaba que de inocente no tenía nada. —Bien, Martina, ¿qué te trae por acá? —interrogó Javier finalmente. La interpelada sonrió y se encogió de hombros. —Tuve que venir a Buenos Aires por un desfile y quería pasar a saludar a mis tíos. Ya sé que no son de sangre, pero mi mamá habla de tus padres como si fueran sus hermanos. Me sorprende que no me reconocieras —replicó ella. —Perdón, usualmente no le presto atención a lo que me dicen mis padres. La modelo soltó una carcajada y se puso de pie. —No te robo más tu tiempo, voy a llamar a Nina. En caso de que no nos volvamos a ver, fue un placer conocerte —agregó estirando su mano. Javier la estrechó con algo de duda y ella caminó con seguridad hacia la puerta—. Arrivederci. El muchacho se quedó mirando el espacio vacío, sin entender nada de lo que había pasado, y un aroma a fresa y miel invadió sus fosas nasales en cuanto el viento del portazo llegó hasta él. Esbozó una pequeña sonrisa y negó con la cabeza. Por supuesto que iban a volver a verse. 

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