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Sangre Letal III: "Redención" [LIBRO III COMPLETO]

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Blurb

Isabel y Salomé buscarán a Samuel y a Ezequiel, y junto con Juan Cruz y Magdalena, tratarán de rehacer sus vidas luego de las tragedias que han debido enfrentar.

¿Serán capaces de encontrar a sus amigos? Y si los hallaran... ¿Podrían afrontar las consecuencias?

En esta parte, le daremos un cierre final a la saga de "Sangre Letal".

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Capítulo 1: "Esperanzas".
Después de haber encontrado el collar de Samuel, Isabel volvió a su casa llorando de felicidad. Durante ese verano habían vivido momentos horripilantes, habían perdido a su padre, a Luis y a su primo, ella había sido torturada y ahora ambos hermanos sufrían depresión. La posibilidad de que el joven Aguilar estuviera vivo, la llenaba de esperanzas. —No puedo creer que él haya sobrevivido —musitó, mirando a Salomé. Los tres se hallaban de pie frente a la vivienda de Soledad—. Lo rastrearé, aunque sea lo último que haga. —¿Cómo vas a hacerlo? —quiso saber Juan Cruz. —Hay máquinas ocultas en Culturam, que seguramente los policías no han logrado confiscar —comentó Salomé—. Podemos infiltrarnos durante la noche y buscar su escondite. Como mi trabajo era realizar misiones y no estaba relacionado con la informática, no sé exactamente todos los secretos de la edificación, pero haré mi mejor esfuerzo para localizarlas. Juan Cruz frunció el ceño. —Ni sueñen que voy a dejarlas ir solas. —Sólo serás un estorbo, querido —su exnovia replicó con sinceridad—. ¡Todavía estás recuperándote de la herida de bala que tenés en la pierna! —Sos muy malvada —protestó el muchacho—. Isabel también tiene heridas en el cuerpo. —Soy sincera —retrucó—, y ella se ve más saludable que vos. Él revoleó los ojos y se quedó pensativo unos instantes. Luego, sugirió: —¿Y si vamos a hablar con Toribio Castellán a la cárcel? Él debe saber la localización exacta de las máquinas que contienen información relevante. —Creo que es una buena idea —opinó Salomé—. Él sabrá qué aparatos y qué contraseñas tendremos que utilizar, así no perderemos tiempo. —Es buena idea. —¿De verdad no puedo ir con ustedes? —Juan puso ojos de cachorrito. —No —Isabel negó con la cabeza—. Prefiero que te quedes en casa con mamá. Ella ha estado llorando mucho estos días, y necesita compañía. Cuídense mutuamente. —No me gusta que me dejes afuera. La última vez que me protegiste… La mayor de los Medina sintió una punzada de dolor. Sabía lo que él quería decir: habían perdido brutalmente a su padre, a su primo y habían sufrido de estrés postraumático. Sin embargo, Isabel no se arrepentía de haberlo protegido. Volvería a hacerlo: no podría vivir una vida en donde su hermano no existiera. Juan Cruz insistió: —¿Y quién cuidará de ustedes? —¿Acaso no he demostrado que puedo cuidar de mí misma y de tu hermana? —Salomé enarcó una ceja—. Además, los más peligrosos eran Heredia y Aguilar, y ya están muertos. Lo peor que nos puede pasar es tener algún problema legal. Juan Cruz se limitó a encogerse de hombros. Se apoyó contra la puerta de su vivienda, y soltó un largo suspiro. —¿Y bien? ¿Cuáles son sus planes? —Iré a hablar con Castellán mañana. Una vez que lo haga, nosotras nos escabulliremos en Culturam para conseguir información sobre Sam —explicó Salomé, haciendo ademanes con las manos. —“El que busca donde no debe, encuentra lo que no quiere” —citó Isabel, con una expresión sombría en el rostro—. Sos consciente de que podremos encontrar videos sobre tus padres ¿No? —Sí. Estoy preparada para ello —suspiró—. Luego de todo lo que nos ha ocurrido, unos recuerdos de mi dulce infancia no me harán daño —esbozó una sonrisa sarcástica—. Además, me gustaría hallar al idiota de Ezequiel. —¿Para qué? —Juan Cruz enarcó una ceja. A pesar de todo, Isabel no le guardaba rencor a Ezequiel. Se había comportado como un metiche y un imbécil misógino, pero valoraba que hubiera intentado detener a Horacio para que no asesinara a su padre. Pensar en Benjamín le generaba una punzada de angustia en el pecho. Nunca superaría el sufrimiento que cargaba dentro de sí, pero sabía que, si encontraba a Sam, el dolor disminuiría. Extrañaba tanto a sus seres queridos… La señorita Medina jugó con la cadenita rota de su primo, conteniendo el deseo de llorar. Ya había derramado demasiadas lágrimas. —Porque deseo darle una patada en el trasero ¿Contento? Isabel sonrió. Juan Cruz revoleó los ojos. —¿Quedamos así, entonces? —la señorita Medina miró a su nueva amiga—. ¿Mañana vas a ver a Castellán? —Sí. Luego de eso, podremos ir a Culturam. —Excelente. —Ustedes dos me hacen vivir con el corazón en la boca —protestó Juan Cruz. La señorita Hiedra ignoró a su exnovio. —Ni una sola palabra de esto a Magdalena. Se pondrá celosa si se entera de que decidí buscar a Sam. —Deberías ser sincera con ella, no sólo para que tu relación funcione, sino también porque Magda tiene muchos contactos y podría sernos de ayuda —explicó Isabel. Salomé asintió con cansancio. —Lo pensaré —dijo finalmente—. Mañana te llamo antes de ir a ver a Castellán, y luego de haber hablado con él ¿De acuerdo? —De acuerdo. Cuidate —Isabel abrazó a su nueva amiga, e ingresó a su vivienda. Salomé no llamó a los Medina antes de visitar a Castellán. En cambio, cerró el local y llevó a su hermana hasta la vivienda de Soledad Martínez. —¿Por qué estás comportándote de forma misteriosa otra vez? ¿Qué está pasando? ¿Por qué tengo que quedarme con Isabel hoy? Micaela era una niña demasiado perceptiva. —Prometo explicártelo luego. Si Magdalena te pregunta por mí, le dirás que vine a pasar la tarde con Isabel porque ella se sentía muy triste. —No te creerá. Sabe que no dejarías de lado tus responsabilidades por nada en el mundo. Además, podrías visitar a tu amiga luego de que terminaras de trabajar. —Ay Mica, a veces te portás como una mocosa insoportable —bufó—. Si no querés mentir, no mientas. Decile que no sabés nada, y yo veo cómo me arreglo después con ella. —¿Por qué no querés contarle la verdad de lo que vas a hacer? ¿Tenés miedo de que lo desapruebe? No quiero que me rechace, que se enoje conmigo o que tengamos una discusión. Aún no la amaba, pero podía llegar a hacerlo. Necesitaba estabilidad y orden en mi vida, y Magdalena me hacía sentir paz cada vez que estaba a mi lado. —Sí —admitió finalmente—. No me juzgues ¿Okay? Micaela asintió. Cuando llegaron a la vivienda de los jóvenes Medina, ellos recibieron a Micaela con los brazos abiertos. Juan Cruz la invitó a jugar videojuegos, mientras Isabel intercambiaba unas palabras con Salomé. —Desde que sabemos que Sam está vivo, tu rostro ha revivido —observó la joven Hiedra. Habían pasado veinticuatro horas desde aquel hecho, pero a Salomé le había dado la sensación de que la señorita Medina había vuelto a comer y a sonreír gracias a la esperanza de encontrar a su primo. Isabel se ruborizó, y cambió de tema: —Tené cuidado hoy. Seguramente habrá cámaras grabando tu conversación con Castellán. —Lo sé, seré cautelosa. —Llamame apenas termines de hablar con él. Y no dejes que te haga sentir mal. —Un imbécil como él no puede lastimarme. Sí podía, pero no iba a contárselo a nadie. Salomé saludó con la mano a su nueva amiga, y se echó a andar hacia la cárcel. Juan Cruz se sentía increíblemente nervioso. Temía que la conversación con Toribio Castellán lastimara a Salomé y que le diera falsas esperanzas a Isabel. Él no entendía cómo ellas dos se atreverían a hacer locuras, como meterse en un edificio custodiado por la policía, solamente para encontrar a Samuel. Además, que hubiesen encontrado el collar no era señal de que estaba vivo ¿O sí? Debía ser sincero consigo mismo: aún estaba resentido con su primo por lo que le había ocurrido a su papá. Cada vez que pensaba en Benjamín sentía que un dolor profundo lo atravesaba como navajas en el pecho. Él había muerto por culpa del hijo de Daniela Medina. No, Samuel no lo había asesinado, pero si no hubiera aparecido en sus vidas, ellos hubieran continuado viviendo felizmente con su papá. Hubieran sido adolescentes “normales”. —¿En qué estás pensando? —le preguntó Micaela—. ¡Acabás de hacernos perder la partida! Miró a la pequeña Hiedra: una niña huérfana, cuya única guía en el mundo era una hermana mayor a la cual habían explotado física y psicológicamente durante diez años. Sin embargo, la niña no dejaba de sonreír. Su actitud era admirable. —Me distraje ¡Perdón! ¡Comencemos otra vez! Una máquina registró los datos de Salomé al entrar, y un guardia robot la guio hasta donde se encontraría con Castellán. Sus manos le sudaban. Estaba bastante ansiosa ¿Qué pasaría si no conseguía respuestas? ¿Se infiltrarían en Culturam de todos modos? Obvio. La esperanza de encontrar a Samuel le daba vida. Llegaron hasta una habitación completamente vidriada. En el interior, se podía ver a Toribio custodiado por dos policías y sus manos encadenadas a una mesa digital. Parecía que hubiera envejecido cinco años en un mes: tenía arrugas en la frente, enormes ojeras y algunas canas decoraban su cabello. El robot le abrió la puerta de cristal. —Adelante. Salomé ingresó con desconfianza, y se sentó en una silla que se encontraba a un metro de la mesa metálica. —Vaya sorpresa. No esperaba esta visita… —Iré al grano —lo interrumpió la joven Hiedra—. ¿Dónde está Sam? Toribio parpadeó con perplejidad. —No tengo más conocimientos que vos, nena. Estábamos en el mismo lugar cuando explotó una parte de la instalación… Bueno, yo estaba dentro del carro policial —se encogió de hombros. —¿Dónde puedo conseguir información? —Si el muchacho no ha aparecido, es porque debe estar muerto. Él no era capaz de vivir ni dos segundos sin Isabel. No. Tanto ella como la señorita Medina le habían visto el colgante puesto cuando Sam estaba en el interior de la instalación. Aún vivía, pero algo le había ocurrido. Estaba segura. —¡No me estás contestando la pregunta! —Salomé se estaba poniendo de mal humor. No podía echarse a llorar allí mismo: no debía mostrar debilidad frente a Castellán—. Necesito encontrarlo. A él y a Ezequiel. Vivos o muertos. Si localizaba al joven Acevedo, quizás también daba con el paradero de Sam. Ésa era la principal razón por la cual deseaba hallar a ambos. El hombre de mediana edad soltó un largo suspiro. —Samuel era… especial. Había información general sobre él en el edificio… pero mucho más, en su casa. No sé los códigos y no sé qué protecciones habrá puesto Horacio sobre su hogar… recuerdo que estaba furioso porque su hijo había irrumpido en su vivienda… Maldición. Ella no sabía hackear computadoras ni sistemas operativos. El experto en el tema era Samuel, que había aprendido observando a su padre. Lo extrañaba tanto… —¿Y Ezequiel? No soportó la muerte de Heredia ¿Cómo lo puedo encontrar? —Deberás revisar los registros en actividades recientes del Valle. Si está aquí, necesitará trabajar para poder sobrevivir ¿No creés? Creo que podés hallar información sobre el muchacho con el sistema operativo de la casa de Horacio, en cualquiera de sus ordenadores. La joven Hiedra se sentía algo decepcionada. —Entonces ¿Ustedes nunca nos implantaron chips? Los policías miraron a Salomé con atención: había hablado demasiado. —Jamás. Horacio temía hacerles daño a sus preciados niños. Experimentos, no niños. Experimentos. —¿Podrías decirme algo que me sea de utilidad? Había trabajado con Heredia y Aguilar por años ¡Maldición! ¡El viejo de mierda no quería abrir la boca! —No… tampoco sé si los ordenadores siguen en Culturam… ya sabes… el gobierno… Sí, sabía. Había metido las narices en el asunto. —Gracias por la colaboración —Salomé se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. —¡Espera, niña! ¿No querés quedarte hablando un rato más? —No hace falta. Estoy segura de que tu familia debe estar esperando para verte. Pudo ver el dolor reflejado en el rostro del sujeto. Él estaba solo, sus seres queridos le habían dado la espalda por sus actos delictivos. Había que hacerse cargo de las decisiones que uno tomaba. Salomé no sintió pena por él. Se alejó rápidamente de la cárcel, dispuesta a llamar a su amiga Isabel.

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