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El gran favor

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Blurb

Tras siete años de relación, el amor de toda la vida de Noelia la dejó en el altar.

Ahora ella tendrá que aprender a estar sola de nuevo, a volver a tener confianza en sí misma mientras averigua el motivo del rechazo y, de paso, conocer a una persona muy especial.

¿Podrá perdonar? ¿Será capaz de abrir su corazón nuevamente?

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Portada hecha por Dumb_Ways_Angie

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1
Caminé hacia el altar con paso lento, pero firme. Miré a los costados y vi a mis mejores amigas, mis familiares y conocidos mirándome emocionados y con ternura. El brazo de mi papá rodeando el mío me inspiraba fuerza y me sentía segura pensando que no me iba a caer. Parado delante del altar estaba él. El gran amor de mi vida. De lejos noté como carraspeó la garganta y luego hizo una media sonrisa; esa sonrisa que tanto me gustaba. En cuanto lo vi no dejé de pensar en todos los instantes hermosos que viví con él en estos siete años de relación. El coro de la iglesia cantando Aleluya mientras caminaba hacía que el momento fuese perfecto, todo era tal cual lo soñé. Finalmente, llegué a donde se encontraba mi futuro marido. Mi papá le entregó mi mano, me dio un beso en la frente y se fue a su posición.  Mi amor estaba tan lindo esa tarde con su traje negro, el cual le hacía lucir su cuerpo y sus hermosos ojos color miel. Una gota de sudor le recorrió su frente y se la secó rápidamente con el dorso de la mano mientras respiraba profundo. Pobrecito, está nervioso, pensé. Le sonreí para inspirarle confianza, pero él continuó mirándome serio. El sacerdote seguía hablando, pero yo no podía escucharlo por causa de la ansiedad y, además, sentía que el vestido se me iba a caer en cualquier momento, a pesar de que estaba bien ajustado y no me quedaba grande, pero los nervios siempre me jugaban en contra y pensaba lo peor. Al fin el hombre comenzó a pronunciar las palabras tan esperadas: —Damián Martínez, ¿aceptas a Noelia Ruena como tu legítima esposa para amarla y respetarla, de hoy en adelante, en lo próspero y en lo adverso, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe? La iglesia quedó en silencio, no se oía ni el zumbido de una mosca. Se notaba que estaban todos expectantes a la respuesta… y cada vez se hacía más largo el tiempo. Cada segundo era como una hora, sobre todo para mí, y empecé a alterarme al ver que Damián no tenía intención de responder. Más gotas de transpiración siguieron deslizándosele por las mejillas y yo le hice una señal arqueando las cejas para que respondiera de una maldita vez. Mi corazón se aceleraba con cada instante que pasaba y sentía que iba a desmayarme por tanta palpitación. —N…No, no acepto. Perdón Noe… Y el idiota salió corriendo a la velocidad de la luz, no me dio tiempo ni de seguirlo con la mirada. Sus familiares y amigos me miraron sin entender y luego salieron corriendo tras él. Yo me desmoroné en el escalón del altar al sentir que mis piernas fallaban y me quité el velo con toda la furia que tenía en ese momento… y era mucha, ya que me tiré el pelo y sentí que perdía algunos al olvidarme que el accesorio estaba enganchado con ganchos a mi cabeza. El Padre que dirigía la misa me tocó el hombro. —Hija, a veces las cosas pasan por alguna razón. Si Dios no quiso esta unión, es por algo —dijo. Y luego se fue. Me largué a llorar y al instante sentí como diez manos me agarraban de todos lados. Mis conocidos estaban reunidos a mi alrededor, brindándome palabras de aliento e intentando calmar mi llanto. —¡Lo voy a matar! —gritó mi papá tan fuerte que cortó mis lágrimas de inmediato—. ¡Déjenme que lo voy a buscar! Lo miré y divisé como mi hermano y mi tío lo sostenían con fuerza, intentando mantenerlo en el lugar. —¡No hagas esto, David! —gritó mi tío. —Pará, papá. No podés hacer esto ahora, hay que consolar a Noe, después yo te ayudo a encontrar a ese sinvergüenza y lo matamos entre los dos. Pero ahora la prioridad es ella —escuché que le dijo Martín, mi hermano. Mi padre asintió y suspiró con tristeza. Me levanté de inmediato y lo abracé tan fuerte que le sentí hasta los huesos, y él hizo lo mismo conmigo mientras me acariciaba con lentitud el cabello. Comencé a llorar de nuevo sobre su hombro y aprecié como Martín se unía al abrazo. —Si estuviera mamá lo hubiera corrido y le hubiera saltado encima como un gato a una rata. Con tacos y todo —dije entre sollozos. —Seguro que sí, hija —dijo mi viejo, separándose del abrazo y secándose sus lágrimas—. Vamos a casa, necesitas descansar. —Bueno… ¿pero qué voy a hacer con el dinero que perdí en los gastos de la fiesta? ¿Y con el vestido? ¿Y con mi maldito corazón destrozado? ¡Lo odio! —No te preocupes, dejá de pensar. Asentí sin ganas, saludé a cada uno de mis familiares y amigos, los cuales me estrecharon tan fuerte que al entrar al auto de mi papá creí que no tenía huesos. Al menos estoy acompañada de grandes personas y sé que los verdaderos hombres de mi vida no me dejarían jamás. En el camino a casa me la pasé llorando en silencio. Mi hermano, que iba sentado en el asiento al lado del conductor, cada tanto se giraba para mirarme con ojos tristes y me apretaba la mano antes de volver a darse vuelta. Papá, no es por acá el recorrido a mi departamento —digo con voz ahogada al ver que no íbamos en la dirección correcta. —Lo sé, te llevo a nuestra casa. No te vamos a dejar sola hasta que estés bien —respondió él. No contesté ya que tenía razón. Además tampoco tenía ganas de estar sola. Suspiré y quedé en silencio hasta que llegamos al domicilio.

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