—Gina, por favor no empieces —amenaza el chico con un dedo extendido—, ya sabes lo que Leilah dijo y debemos respetar su decisión.
—¿Sí? —la pequeña pelinegra se encoge de hombros como si nada, no ha perdido la sonrisa—, sigo pensando que es una tontería, si ella quería irse, lo lógico sería dar sus razones a él —me señala sin titubeos, encogiéndose de hombros nuevamente—. Está en su total derecho de obtener las respuestas que ella misma obtuvo de él, es lo justo, ¿no?
Esta chica comienza a caerme bien.
—Eso no es algo que nos corresponda a nosotros, mocosa insolente —Marcus está a punto de tomarla y llevarla lejos, aunque parece contenerse con un enorme esfuerzo—, y más te vale no intervenir en este asunto o te enviaré inmediatamente de vuelta a... —se detiene abruptamente, haciendo un
