Después de almorzar, me da las llaves del auto y me mira con una sonrisa. Yo lo miro confundida.
—Vas a manejar vos —dice. Arqueo una ceja.
—¿Querés suicidarte? —cuestiono. Él se ríe.
—Yo te ayudo.
—¡Todavía no estoy apta para manejar por el pueblo, voy a atropellar a alguien! —exclamo—. Mejor yo te veo y después me enseñas en un lugar más desierto. —Hace una mueca divertida y suspira. Agarra las llaves de nuevo.
Me abre la puerta del copiloto y la cierra como todo un caballero cuando me subo. El auto tiene aroma a lavanda y puedo notar que es porque tiene un arbolito perfumado colgado de la palanca de cambios.
Comienza a manejar con seguridad, se pone unos lentes de sol y su perfil es tan sexy que no puedo evitar tener pensamientos algo eróticos. Tiene puesta una chomba rayada
