Capítulo 2 — Lo hice por tí.

2826 Words
Me encontraba frente a la habitación de mamá, con el puño levantado dudaba si confrontarla sería lo ideal. — Por favor, necesito que des este paso no solo por ti. — dijo el anciano detrás de mí con un deje de nerviosismo en su voz. Suspiré y di un paso adelante para luego golpear la puerta tres veces. — Ma, soy soy... ¿Estás despierta? — pregunté con un tono preocupado, me afectaba a gran manera venir hasta su habitación, pensaba en lo peor cuando tardaba en contestarme. — Si hija, pasa cariño. — la escuché decir con voz cansada, era entendible, estaba muy enferma, toda esta situación debían agotarla demasiado. — Ya la escucho. — dije girandome para ver al hombre que decía ser mi padre acomodándose el traje, suspiré y volví la vista a la puerta, pose mi mano en el pomo de la puerta, lo giré y al abrirla la vi ahí, un poco más delgada que la última vez, con una dulce sonrisa en los labios, haciendome olvidar el enojo por el cuál me había llenado de valor para venir a su habitación. — Hija mía, me habías tenido bastante olvidada. — suspire y me acerqué un poco más a ella, aquel hombre se había quedado afuera esperando mi llamado. Al lado de su cama, la mire con ojos tristes, intentando retener el llanto, la última vez le prometí buscar una solución y ella me respondió que no perdiera el tiempo de ese modo, que no había ninguna solución, que ella había escuchado lo que el medicó me dijo, sin inmutarse, sin rastro de tristeza, tan solo dijo que ella ya había vivido suficiente como para querer arrugarse más. — ¿Qué pasa, cariño? — pregunto notando mi tristeza. — No pasa nada mamá. — me senté a su lado y tome sus arrugadas y frágiles manos entre las mías. Ella me miró con curiosidad, sin embargo me sonrió. — hay una persona afuera, que quiere verte... — hice una pausa para ver su reacción, en cambio sus ojos me miraron curiosos y llenos de un brillo que no había visto antes. — ese hombre dice que le enviaste una carta y que quiere hablar contigo sobre lo que esa carta decía. — ella sonrió nuevamente y me miró nerviosa. — ¿Cómo luce mi cabello? — pregunto dejándome perpleja, mi gesto de sorpresa fue tan evidente que mi madre se sonrojo, sonreí y solté sus manos para acomodar su cabello. — Ya veo, ese hombre si te conoce, y al parecer muy bien... — dije al tiempo que peinaba su cabello con mis manos, solía ser rubio, ahora su hermosa y larga cabellera se había teñido de canas, pero no dejaba de verse hermoso, termine de acomodarlo y le sonreí con orgullo. — yo creo que luce hermoso, al igual que tú. — me levante de la cama, le di un beso en la frente dispuesta a irme, mi madre me tomo de la mano antes de que me alejará de ella. — Por favor, cariño... tráeme el albornoz rojo que se encuentra en mi armario. — me pidió mi madre, no pude evitar soltar una risita cómplice, mi madre me miraba con gesto tímido. — es que ese color siempre me ha resaltado y a él le gustaba mucho como me quedaba. — dijo sin soltar mi mano, asentí con la cabeza y ella soltó mi brazo para dejar que buscará su albornoz rojo. Camine hacía su armario, lo abrí y saque de él su amado albornoz rojo, me dirigí a ella y le ayude a ponérselo. — Bien madre. si no necesitas nada más, lo haré pasar. — ella asintió llenándose de valía. Salí de la habitación y el hombre, mi supuesto padre aún esperaba ansioso. — ¿Qué dijo ella? ¿Puedo pasar? — suspire y asentí. — Puede pasar, pero por favor tenga mucho cuidado de como le habla... — él asintió efusivamente y se apresuro a la puerta, lo agarre del brazo por un momento y él me miró. — tiene cinco minutos, así que sepa aprovecharlos porque volveré en cinco minutos y no me importa si ha terminado de hablar o no. — lo vi sonreír y asentir antes de que se apurará a abrir la puerta e introducirse en la habitación de mi madre, suspire al tiempo que me pasaba la mano por el cabello y lo acomodaba hacía atrás. Bajaba las escaleras de caracolas cuando vi a Victor a mitad de ellas, al verme se detuvo donde estaba, solté un leve suspiro y me acerque más a él, quedando justo en frente de él. — Lo siento, es solo que me preocupe, ademas no bajaste a cenar. ¿Esta todo bien? — pregunto él. Me encogí de hombros e intenté sonreírle para tranquilizarlo, pero él no parecío haberme creído. — Todo esta bien, hable con mi madre y les di algo de tiempo para que charlarán... — dije cabizbaja. — Si todo esta bien, ¿Por qué pareces tan triste? — pregunto Victor mientras fruncía el ceño. — Es solo que no había visto a mi madre en días... Y esta cada vez más... — suspire sin poder terminar la frase. — Es verdad, escuche que Tere se encarga de su cuidado y de comunicarte como esta su salud. — asentí con un poco de culpa, sintiéndome mal de como eso sonaba. — Ahora que lo dices así, sueno bastante cruel. — él negó con la cabeza, tratando de retractarse, mientras que yo levante mi mano para ver mi reloj, los minutos estaban pasando cada vez más lento. — aún no pasan cinco minutos. — dije exasperada. Él frunció el ceño sin entender a lo que me refería. — Lo siento, no lo decía de esa forma. ¿Cinco minutos para qué? — pregunto Victor con gesto curioso. — Les he dado cinco minutos para que hablen, apareceré en su habitación después de que pasen... — él soltó una risita divertida. — ¿Qué es tan gracioso? — pregunte confundida. — Es que... — titubeó y me miró divertido. — pareces la madre en este momento... ¿Por qué no dejas de preocuparte tanto? Deja que tu madre se reencuentre con alguien importante de su pasado, y que mejor aún si ese alguien la hace feliz estos días. — sabía a lo que él se refería y evite pensar en ello, mientras que mi rostro se desfiguraba con un gesto triste, él no quería decirlo directamente, pero todos estaban al corriente, mi madre estaba en sus últimos días. — Tienes razón... — dije al tiempo que me inclinaba para sentarme en el escalón justo frente a él. Victor dejo ver un gesto de evidente sorpresa, provocando que me riera un poco. — no te hagas el sorprendido, se que me conoces... — él sonrió y se sentó a mi lado. — Bueno, eres mi jefa... Pero has sido mi amiga durante más tiempo, claro que te conozco, y técnicamente soy el único que te soporta. — lo miré con recelo. — ay vamos, no me vengas a decir que no sabes nada... Todos son buenos con sus patrones, pero tú eres una mujer y no cualquiera, trabajas como cada uno de nosotros e incluso más, nos haces quedar en ridículo, deberías pensar más en el ego de tus trabajadores... — lo miré con una sonrisa de oreja a oreja, sabía que trataba de distraerme y le estaba funcionando. Aunque también sabía que lo que decía por muy gracioso que sonará era verdad. — te paseas por ahí con tus botitas seis y medio, llenas de estiércol. — Siete. — le corregí. Él me miró confundido. levantando una ceja interrogante. — calzo siete, no seis y medio. — respondí volteando los ojos al techo, él en cambio soltó una risita divertida. — Siete o seis y medio, eso no borra el hecho de que una chica con pies pequeños nos humilla diariamente, haciéndonos ver como completos inútiles. — sonreí y asentí en acuerdo. — en fin, a lo que quiero llegar con todo esto es que aunque nos humilles, te admiramos, muchos te adoran, pero yo lo hago más porque he tenido la suerte de verte siendo tú, he visto tu verdadero ser... — levanté una ceja inquisitiva. — ¿Ah, sí? — él asintió con seguridad. — Puedo tachar de la lista el verte sonreír honestamente... — lo mire preguntándome cuando había sido eso, normalmente sonreía por cortesía. — conmigo, también con esos niños a los que visitas los fines de semana y les haces donaciones... — casi me atraganto con mi propia saliva. ¿Él cómo sabía eso? — lo siento, se que se trataba de tu secreto, pero te aseguro que nadie más que yo lo sabe... Por favor no te enojes, es que sucedió esa vez, cuando Mariana y yo nos hicimos novios, aceptaste salir con todos nosotros a festejar, te quedaste en casa porque estabas muy mal, pero al otro día saliste corriendo antes de que pudiera hacerte algo para desayunar, me preocupe y te seguí. — baje la cabeza avergonzada, había bebido tanto porque te amaba inútil, y rompiste mi corazón ese día. — Ya, lo recuerdo, el día siguiente debía ir a hacer unas donaciones, así que me apresuré porque se me hacía tarde... Te aseguró que mi cabeza se sentía a punto de estallar, pero las sonrisas que esos pequeños me ofrecían fueron todo lo que necesite para olvidarme de mis dolencias. — él sonrió y me miro con orgullo. — Te vi jugar con ellos fuera del lugar, estabas sonriendo y pensé: "Esa sonrisa es verdadera, nunca he visto esa sonrisa" — nos miramos y sonreímos, yo me sentía un poco avergonzada de que él me hubiera visto hacer el ridículo ese día. — fue adorable verte allí, tan feliz, también están los pequeños momentos como estos en los que tú y yo conversamos y de alguna forma siento que sonríes de verdad... — asentí sin mirarlo. — pero aquella vez, también lloraste, nunca supe el motivo de tu tristeza, así que estuve preocupado por un tiempo, aunque la fuerte Andre volvió al poco tiempo... — sonrió perdido en pensamientos. — es por eso... — volvió su mirada hacía mí, mis ojos automáticamente se fijaron en los suyos. — que estoy seguro de lo fuerte que eres... — tomo mis manos entre las suyas, sus manos eran tan rusticas como las mías, a diferencia que las mías eran mucho más pequeñas. Me quede mirando nuestras manos unidas, después de que nos hicimos adultos esta es la primera vez que nos tomamos de las manos, levante la vista al escuchar una risita salir de sus labios, lo mire curiosa, él giro mis manos enseñando mis callos, cerré mis manos por instinto, pero él sonrió dulcemente. — pero si algún día necesitas que alguien más te ayude a cargar con ese peso, aquí estoy yo para hacer un equipo. — y así sin decir nada más, se levantó. dándome una última sonrisa cautivadora, se marchó. Mire nuevamente mi reloj, efectivamente, habían pasado más de cinco minutos, así que me apresuré y subí las escaleras, toque la puerta de la habitación de mi madre y escuché su voz invitándome a pasar. Abrí la puerta y me encontré a aquel hombre sentado sobre la cama al lado de mi madre, ambos con enormes sonrisas en los labios, fruncí el ceño evidentemente confundida. —¿Qué sucede? — pregunte ansiosa mientras cerraba la puerta detrás de mí y me acercaba a ellos, me quede parada justo frente a ellos. — Estoy al tanto de que leíste la carta que le envíe a Samuel. — dijo mi madre aún sonriente. — ahora lo sabes, te mentí. — asentí con gesto serio. — Si madre, lo sé. — respondí antes de que continuará. Ella frunció el ceño confundida y luego sonrió. — Que vaya a morir no significa que debas ser considerada, te mentí durante toda tu vida, y la Andrea que conozco ya me habría hecho un enorme escándalo. — suspire ante sus palabras, todos me tenían en muy mal aspecto, al parecer o tal vez así era yo en realidad. — No me pareció justo hacerlo, tendrías tus razones, ademas, ahora estas aquí, explicándome. — ella asintió reacia a confiar en mí. — Bien, como ya lo sabes, Samuel es tu padre... También conoces nuestra historia, así que iré al punto. Mi último deseo es que te vayas de aquí, quiero que después de que muera, te mudes con tu padre, aprendas de él y seas su sucesora. — palidecí al escuchar las palabras que salían de la boca de mi madre, miré a aquel hombre que ahora estaba segura; era mi padre. — Se que estás molesta, no nos presentamos correctamente, pero me alegro mucho de conocerte, estoy muy ansioso porque vengas conmigo. — miró a mi madre avergonzado, ella le hizo un gesto restandole importancia a su comentario. — aunque las circunstancias no sean las adecuadas, prometo cuidar de ti, eres mi única hija, te daré mi apellido y te reconoceré ante la sociedad. — apreté la mandíbula y los puños al mismo tiempo. ¿Estaba loco? ¿Ir con él? ¡Ni siquiera lo conocía! Mi madre me miro con gesto serio antes de hablar. — Sé lo que estás pensando, pero es mi última voluntad, ¿Acaso planeas romper los deseos de un muerto? ¡El último deseo! — dijo fingiendo tristeza, mi nariz se frunció como siempre que estaba molesta. — Madre, sigues viva, tu último deseo puede cambiar, has que cambie. — dije con voz tensa. Ella negó rotundamente con la cabeza. — No. Aquí no hay nada para ti, cuando muera te irás con Samuel, debes prometérmelo. — dijo ella con seguridad, en un impulso, impotente, golpeé la pared haciendo un pequeño boquete, la irá que me recorría hizo que no sintiera el dolor y aunque mis nudillos sangrarán, las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas no eran más que de enojo. — Bien. — asentí volviendo a mirar a mi madre. — es tu último deseo y así será. — dije con seguridad, mi madre sonrió satisfecha. — Tu madre me ha dicho que has administrado esta haciendo por años, y por lo que pude ver, esta en muy buen estado, te felicito, hija. — dijo el hombre con un tono orgulloso, lo fulmine con la mirada. — Si, pero me ha dado un ascenso... ¿No? — dije irónicamente, él sonrió incomodo notando la ironía en mi voz. — de administrad una hacienda pasaré a ser la sucesora de una gran empresa, ¡Bien! — aplaudí burlonamente, me reía de mí, de mi desgracia. Un silencio sepulcral se instalo en la habitación, volví mi mirada en su dirección, mi madre se había puesto de pie y se acercaba a paso lento a mí, por un momento creí que me abofetearía, pero lo que hizo me dejo anonadada, ella me... me había abrazado. — Cariño, lo hice por ti. Todo esto es por ti, debes mostrarle al mundo de que estas hecha. — susurró en mi oído. — te apoyaré desde donde sea que me encuentre... si ves un ave trinar en tu ventana, piensa que seré yo que cantó de alegría al verte llegar tan lejos. — sonreí feliz con sus palabras y me deje llevar por su abrazo. — tus manos dejarán de llenarse de callos, ahora serás una chica de ciudad. — dijo burlándose de mí, ella sabía que despreciaba a las chicas de ciudad. — Mamá... — me quejé, escuché el sonido de su risa mientras se apagaba en mi oído. — Ahora puedo irme en paz, te amo mi pequeña guerrera. — dijo tomando mi rostro en su manos, de pronto note las bolsas bajo sus ojos, sus labios pálidos y resecos, mi madre lo había planeado todo, y ahora se marcharía, me abandonaría. Vi como todo sucedía en cámara lenta sus ojos vacíos mirándome mientras que se desvanecía entre mis brazos que se aferraban a ella, mis ojos que se inundaban de lágrimas, mi boca que gritaba que no me dejará, que no podría seguir sin ella mientras que sus manos se deslizaban por mis mejillas y sus ojos terminaban por cerrarse, sus labios formaron una leve sonrisa. Caí de rodillas sin poder sostener todo su peso, con mi madre entre mis brazos, su cabeza recostada en mi brazo, sus manos tocando el suelo y sus piernas delgadas en aquella hermosa bata roja, definitivamente, lo había planeado, Samuel corrió hacía mi y se arrodilló frente a mi, sin palabras y con las manos temblorosas miraba el cuerpo de mi madre que poco a poco se iba tornando más pálido. Y así fue como la perdí y me perdí, terminando en un mundo desconocido para mí.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD