Despierto y no hay nadie. Debí esperármelo, hoy no hubieron besitos de despedida. Ni siquiera sentí cuándo Alfonzo se fue al trabajo. Me miro en el espejo del baño. Mis ojeras dan asco, como siempre. Quizás por eso Alfonzo quiso irse al sofá anoche, para no tener que ver mi cara en la mañana. Así, pudo despertarse e irse directo a la oficina para toparse con rostros perfectos de muñecas plásticas italianas en toda la empresa. Maldición. Nunca había discutido así con él, nunca había llorado tanto luego de una discusión tampoco. ¿Qué tiene este hombre? Él es el culpable, él debería sentirse así de horrible. Yo no le prometí felicidad infinita. Aunque… yo soy la que debería no haberse hecho ilusiones. Sabía a lo que venía cuando me subí a ese avión, no todo iba a ser perfecto. No pue

