Soledad

1571 Words
La luz que entraba por la ventana quemaba mis ojos, la cabeza parecía partirse en dos, me tomó varios minutos recordar el por qué me hallaba casi desmayado en el sofá de la biblioteca de mi casa. Como pude me incorporé y el mundo enteró giró tan rápido que parecía un terremoto alrededor, me tomé unos minutos para estabilizarme. Cuando logré levantarme de allí salí en busca de Nicoleta, no era la mejor idea en el momento, pero debía hacerle frente. Entré a la habitación y ella ya no se encontraba allí, la busqué por toda la casa y no había rastro alguno de ella. Entré a la cocina en busca de agua, la garganta me quemaba seguramente por todos los cigarros que me había fumado el día anterior. La señora Roxundra, me tenía lista una taza de café oscura y cargada. Ella nos ayudaba con todo lo que necesitáramos, de apoco de fue convirtiendo en una segunda madre para ambos. - Mulțumesc – mi voz me rasgaba la garganta. Roxundra me observaba con mirada llena de pena y compasión. Seguramente ella ya sabría lo de Nicoleta y por petición de ella o por no quererme ver mal, nunca me dijo nada. - ¿Has visto a Nicoleta? – le pegunté una vez terminé mi café. De a poco me iba sentando bien, pero lo único claro en ese momento es que iba a tener un día largo con una resaca del mil infiernos. - Salió esta mañana temprano, señor – dijo mirando al suelo, sus manos sostenían con fuerza una taza de café. - ¿Sabes a dónde se fue? – mi voz aún se escuchaba fatal. - Milán, tiene un desfile el fin de semana allá – contestó de la misma manera. - Voy a darme una ducha, desayunaré aquí – di dos pasos para salir de la cocina – Prepárame la maleta, viajaré a Milán esta misma tarde – me quedé mirándole por un instante a los ojos, se llenaron de preocupación y tristeza. - Sí, señor – respondió en un hilo de voz. Me dirigí directamente a la ducha quería quitarme la pesadez y el dolor de cabeza lo más pronto posible, ayer me había destruido por completo, había abandonado mis responsabilidades por ella. Y eso no me lo podía permitir. El agua fría bajaba por mi cuerpo desnudo y quería que se llevara todo, el dolor, la ira, la tristeza y me dejara como ella, fría y con gran habilidad para fluir ante todas las adversidades. Cuando salí de la ducha mi maleta ya estaba preparada encima de la cama, realmente ni siquiera sabía muy bien que iba hacer, pero mientras decidía iba dejar que Roxundra le avisara a Nicoleta de mi presencia en Milán, al menos este fin de semana no lo iba a poder pasar con alguno de sus amantes. (…) Había pasado horas y horas ente reuniones de todo tipo durante el día, el retraso del día de ayer me había costado. Y el dolor de cabeza era cada vez más insoportable. - ¿Me necesita para algo más, señor? – preguntó la joven asistente después de tocar la puerta. - No, Emily. Puedes irte. Gracias – le dije sin siquiera mirarla, estaba tan avergonzado por el hecho de que me viera ebrio tirado en el sofá de esta misma oficina. Se quedó plantada un instante en la puerta, como cuando quería decir algo más, pero sentía temor o respeto por ello. - Dime de una vez Emily – dije un poco exasperado, mi humor había sido de perros ese día y mis pobres empleados habían tenido que soportarme. - ¿Se encuentra bien, señor? – su pregunta me dejó sorprendido, en ciertas ocasiones pude ver destellos de gusto no solo por ella, si no por otras cuantas mujeres dentro de la empresa, pero realmente ninguna me llamaba la atención. - Perfectamente, Emily. Ahora vete, por favor – ella era una mujer guapa, inteligente y bastante buena en su trabajo, pero realmente no me llamaba la atención. Si me ponía a pensar con detenimiento realmente ninguna mujer con la que estuve me llenaba por completo, ni siquiera Nicoleta. Miré de reojo mi maleta hecha a un costado. Si me iba estaría en Milán en tan solo dos horas. ¿Qué podría decirle? ¿Si realmente alguna vez sintió algo por mí? ¿Qué vamos a hacer con nuestro matrimonio obligado? ¿Si alguna vez fue real para ella? Poco a poco fui sintiendo la soledad del edificio, la noche iba cayendo y seguramente yo era el único que quedaba allí aparte de los guardias de seguridad. Si le pedía el divorcio y mostraba las pruebas me quedaría con la empresa en su totalidad, mi padre estaría más que dichoso, pero seguramente a él no le bastaría ello, expondría sus fotos en los periódicos del país. Estaba dolido, pero no le haría algo así jamás. Al final de cuentas, ella fue obligada a casarse conmigo. Aquí la culpa de todo esto la tenían nuestros padres. Llamé a Marco, mi viejo y prácticamente único amigo, al menos él me iba a salvar de este sentimiento de soledad. Quedamos para encontrarnos en un bar sobre la avenida de la independencia, frente al rio. - ¡Hey, Alex…! – gritó desde el otro lado de la calle, el frio me azotaba, pero a él no parecía opacarlo nada. Le envidié por primera vez su optimismo y su manera de ver la vida tan fácil. - Marco – hice una mueca por sonrisa que él no se comió entera. - ¿Qué pasa contigo? ¿Te ha dejado Nicoleta? – sonrió de manera amplia. Abrió los ojos con esperanza. - No me pasa nada, solo quería saludar – le mentí un poco, quería su compañía para no cometer ninguna estupidez - ¿Por qué crees que ella me dejaría a mí y no yo a ella? – le pregunté ofendido. - Porque el día que la dejes vas a estar más que feliz…  - me dio unos golpes en la espalda y torcí los ojos en su respuesta – Anda, vamos que tengo hambre – me haló con fuera del brazo. Aun después de tantos años seguía actuando igual y eso me agradaba de él. Después de comer quesos, encurtidos, carnes magras y escucharlo hablar por un buen rato, por fin se tomó un momento para analizarme. - ¿Sabes lo roca que te has vuelto? – preguntó muy serio y le dio un buen sorbo a su vino. - ¿Roca? ¿Cómo que roca? – realmente a veces ni siquiera logro comprender qué es lo que dice. - Antes solía saber muy bien que pensabas y que sucedía contigo, ahora tus expresiones son tan transparentes como una roca – tomó un trozo de queso del plato y lo levantó a lo alto – Es más fácil saber cómo se siente este queso – y se lo echo a la boca de un solo bocado. Era mejor así, no quería hablar de lo ocurrido con Nicoleta con nadie, ni siquiera con él. Solo quería algo de compañía.   - Seguramente se siente devastado por habértelo tragado de un solo bocado, sin saborearlo – Me llevé a la boca un trozo del mismo queso y lo comí despacio, llenado mis papilas gustativas de su amargo sabor. Marco soltó una buena risotada en el bar llamado la atención de las otras personas allí presentes. - ¿Sabes que te hace falta, hermano? – giró el vino en su copa, observó con detenimiento como se movía el líquido dentro del cristal, como si este le dijese algo. Ladeé la cabeza esperando que terminara. - Una mujer… - sonrió de manera amplia y maliciosa. - No necesito ninguna mujer, tengo a Nicoleta – le mentí. - ¡Seguro! … - dijo con sarcasmo. Marco fue el único que se opuso a mi boda con ella, sabía muy bien las razones por las que nos casábamos y cada que podía me presagia un destino casi fatal para el fin de mi matrimonio. - Mira… - se acercó más a mí, invadiendo mi espacio más de lo deseado. Fruncí el ceño. - Ni siquiera tienes que ligarte a alguna chica en este bar – dijo bajando la voz lo más que pudo entre el ruido de la música y de la gente hablando. - ¿¡Ah no!? – le pregunté con sarcasmo y él simplemente lo ignoró. Sacó su teléfono celular. - Solo tienes que descargarte esta app, puedes poner solo pequeños detalles de ti, nadie sabrá quién eres por si te encuentra un cabr… - dijo señalando la pantalla de su teléfono celular. - Mm – carraspeé mi garganta. - Uno de esos paparazis que tanto les gusta estar jodiendo vidas – dijo con menos rabia de la que realmente sentía. Él frecuentemente era víctima de aquellos personajes. - Te ligas unas cuantas chicas por internet, haces un poco se sexting, ves unas cuantas mujeres bellas – levantó las cejas y sonrió de medio lado. Tal vez imaginándose la situación. - Ni siquiera tienes que encontrarte con ellas, así que básicamente no es que le estes siendo infiel a Nicoleta – parecía que por fin había finalizado porque esperaba algún comentario de mi parte. - ¿Ya te has vuelto loco? – refunfuño como siempre lo hacemos cada vez que nos encontramos
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