XXVI —¿Y no os sorprendéis, Varden? —dijo el señor Haredale—. Es muy extraño. Vos y ella habéis sido siempre los mejores amigos, y nadie puede explicar como vos su conducta. —Perdonad, señor —respondió el cerrajero—, yo no os he dicho que pueda explicarla, porque no abrigo la presunción de decir semejante cosa de ninguna mujer. Insisto sin embargo en afirmar que no me sorprende. —¿Puedo preguntaros en qué os fundáis? —He visto, señor —repuso el cerrajero haciendo un esfuerzo—, he visto en su casa cierta cosa que me ha llenado de desconfianza e inquietud. Ha contraído malas amistades, ignoro cómo ni cuándo, pero no juraría que su casa no sirva de refugio a un ladrón o a una mala cabeza cuando menos. He aquí lo que hay, no puedo tener con vos secreto alguno. —¡Varden! —Apelo, señor, al