XXVII El señor Haredale permaneció inmóvil y con la llave en la mano, mirando al señor Chester y a Gabriel Varden, y dirigiendo a veces su mirada hacia la llave como si esperase que le fuera a revelar el misterio, hasta que el señor Chester, poniéndose el sombrero y los guantes, le hizo volver en sí preguntándole si seguían la misma dirección. —No —dijo—, ya sabéis que nuestros caminos son muy opuestos. Por ahora, me quedo aquí. —Muy mal hecho, Haredale; esta casa es muy triste y os va a poner de mal humor. Es el peor sitio para un carácter tan tétrico como el vuestro. Si os quedáis, os vais a morir de tristeza. —No importa —dijo el señor Haredale sentándose—. Hacedme el favor de creerlo. ¡Buenas noches! El señor Chester, haciendo ver que no había reparado en el brusco movimiento que