XXXVII Se envuelve algo, por monstruoso o ridículo que sea, con una a*****a de misterio, se lo rodea de un secreto encanto, y el poder de atracción para las masas es irresistible. Falsos sacerdotes, falsos profetas, falsos médicos, falsos patriotas, falsos prodigios de toda clase, velando sus procedimientos en misterio, han obtenido siempre el inmenso favor de la credulidad popular, y han debido más, tal vez, a ese recurso para ganarse y mantener por un tiempo la mano alzada de la verdad y el sentido común que a media docena cualesquiera de artículos del catálogo de la impostura. La curiosidad es, y ha sido desde la creación del mundo, una pasión dominadora. Despertar a ella, gratificarla gradualmente y dejar siempre algo en suspense es establecer el más seguro método de sujeción que pued