Capítulo 2: Trabajo en un Bar.

1498 Words
Al terminar la jornada de clases, y con varios trabajos de investigación encima, los chicos regresaron a su casa. —¿No te irás con nosotros?— le preguntó Hank a su amigo. —No, hoy iré a ver algunos trabajos. Así que deséame suerte— le dijo Sam—Cuídense, te veo en casa. Un gusto conocerte Kemy. La chica sonrió. Sam se alejó, y comenzó su búsqueda en los lugares de trabajo. En los dos primeros falló, pues ya habían contratado a alguien más. Fue a otro lado, un restaurante que en la noche se convertía en bar. Ahí fue contratado por trabajar desde las ocho, hasta las doce de la noche. El lugar quedaba algo alejado de la casa, pero no se preocupó por eso. Tenía una bicicleta, así que la usaría para ir a trabajar y estudiar. Además con eso, podría evitar irse todas las mañanas con Hank y Kemy. —¿Puedes comenzar mañana?— preguntó la dueña del lugar. —Claro— le dijo Sam—Muchas gracias por darme esta oportunidad. Salió del restaurante, y a pesar que estaría atendiendo mesas y no en la cocina, agradecía al de arriba por encontrar trabajo. Se dirigió a la casa caminando, así conocía las rutas y los caminos alternativos para reducir tiempo. Llegó cerca de las diez de la noche. Apenas abrió la puerta, Hank se le abalanzó encima. —¡¿Por qué llegas a esta hora?!— le preguntó molesto el pelinegro—¡Te estuve llamando!. Sam estaba algo perplejo, lo tomó de la cintura para alejarlo un poco. Lo miró a la cara, eran casi del mismo porte, Hank era un poco más alto. —Conseguí trabajo en un restaurante, que en la noche es un bar. Atenderé las mesas. —Pero— dijo Hank. —Los horarios son de ocho hasta la medianoche— le contó Sam. Y salgo de clases entre las seis y siete. Así que alcanzo de más. Hank arrugó el ceño. —¿Y cómo rayos te vendrás?. Papá puede ir a buscarte en el auto— le ofreció el pelinegro. —No, gracias— le dijo Sam—Ya no quiero seguir molestando a tus padres. Tengo que vérmelas por mí mismo. Usaré la bicicleta. Así que tampoco me iré contigo y Kemy en la mañana. Hank se molestó. —No es justo. Me estás dejando de lado Sam— le reclamó el pelinegro. El castaño lo miró extrañado. —Cálmate— le dijo, acariciando su cabeza—Nadie dijo que dejaríamos de ser amigos. Así que no te pongas así. —Eres malo— dijo Hank. Sam le sonrió. —Iré a darme un baño— le dijo el castaño, caminando a su habitación. Su amigo no había quedado muy convencido de las palabras de Sam. Resignado volvió a su dormitorio. El castaño se duchó, y luego salió del baño. Fue a la cocina por algo de comer. Al terminar, regresó a su habitación. Ordenó sus cosas, y se acostó. Su mente se fue durmiendo, pensando en la universidad, y su nuevo trabajo en el restaurante. A la mañana siguiente, Sam se levantó más temprano de lo común. Debía irse en bicicleta, así que ese primer día, vería que tal iba con los tiempos. Se dio un baño, y se llevó un pan para el camino. Subió a su bicicleta, y salió de la casa rumbo a la universidad. Iba repasando en los parajes, para no perderse o desviarse innecesariamente. Llegó a la universidad antes de las ocho de la mañana. Fue a su salón, y se sentó. En eso llegaba Korina. —Hola— le saludó la chica. —Hola— respondió Sam. —¿Y qué tal te fue ayer?— le preguntó Korina. —Encontré trabajo en un restaurante, que en la noche es un bar. Serviré las mesas— contó el castaño. —Interesante— le dijo la chica—Bueno, cualquier cosa, me avisas. Sam asintió. En eso llegaba el profesor, dando incio a las clases. Las horas del día fueron pasando, y finalmente la jornada de estudios terminó. El castaño tomó sus cosas, y salió de la universidad, rumbo a su nuevo trabajo. Era temprano, por lo que al llegar, se presentó con la dueña del local. —Aún te queda para entrar. Puedes ir a la sala de estar, y esperar ahí— le dijo la mujer. Sam asintió, y se dirigió al fondo del pasillo. Al abrir la puerta, vio una amplia sala con mesas y sillas. Un refrigerador, televior, microondas, una cocina chica, una cama y unos locker. El castaño fue a la mesa, y se sentó. Tenía algunas tareas, por lo que se puso a hacerlas, antes de entrar a su turno. Eran siete cuarenta y cinco, cuando uno de los barman entró a la sala de estar. Un joven alto, de cabellos rojos y ojos miel. Vio al chico castaño sentado. —Hola— le saludó el recién llegado—Me llamo Jacob, tú eres. —Sam, soy  Sam, un gusto— le dijo el castaño. Jacob le hizo una sonrisa y dejó sus cosas en una silla. —¿Qué haces?— preguntó el recién llegado. —Terminando unas tareas de la universidad— le dijo Sam. Jacob se sentó a su lado. —Vaya, matemáticas. Soy fatal con los números— dijo el pelirrojo. —Soy bueno en eso— sonrió Sam—Te puedo dar clases particulares. Jacob lo miró. Fue entonces que se dio cuenta que el castaño era bastante atractivo. —Tienes unos ojos muy lindos— le dijo Jacob. Sam no pudo evitar sonrojarse. —Muchas gracias— dijo, mirando su cuaderno. Dieron las ocho de la noche. Los chicos salieron de la sala de estar, y fueron a lo que era ahora el bar. Jacob le explicó a grandes rasgos lo que debía hacer. El tema de los pedidos, y luego el ir a retirar los tragos y llevarlos a la mesa. Sam entendió de manera perfecta. Por lo que se quedó en la barra, esperando a que llegaran los clientes. No tardaron en aparecer los primeros jovenes, junto a sus parejas o amigos. Además de varios oficinistas y ejecutivos. El local estaba muy bien ubicado, por lo que era bastante concurrido. El castaño se apresuró a las primeras mesas. Era algo difícil acostumbrarse al ritmo. Iba y venía con las bandejas con los tragos, y algo de bocadillos. Eran cerca de las nueve de la noche, cuando otro chico llegó al bar. Pasó directo a la sala de estar, y luego salió para incorporarse al trabajo. —Hola— le saludó el recién llegado—Me llamo Calix, ¿y tú?. —Hola— respondió el castaño—Me llamo Sam, un placer. —El placer es todo mío— dijo Calix, con una sonrisa coqueta. Sam tomó la bandeja y continuó haciendo los pedidos. Calix se unió a él. Las horas fueron pasando, mientras los clientes pedían sus tragos. Eran cerca de las once de la noche. Los chicos estaban en la barra, esperando a que los clientes terminaran de consumir. —Estoy agotado— le dijo Sam, a sus compañeros. —Para ser tú primera vez, lo has hecho muy bien— dijo Jacob. Calix miró a su compañero. —¿Por dónde caminas a tú casa?— le preguntó Calix, con notorio interés. —A bueno. Mí casa queda cerca, a unas cuadras de aquí. De hecho vine en mí bicicleta. —También camino por ahí— le dijo Calix—Podríamos irnos juntos. Sam asintió. Terminaron el turno cerca de la medianoche. Los chicos salieron del bar, y se despidieron afuera de Jacob. —Un placer conocerte— le dijo el pelirrojo. —Lo mismo digo— sonrió Sam. —Bien, vamos— dijo Calix. Sam se subió a su bicicleta, a su lado caminaba Calix. —¿Tienes novia?— preguntó el rubio, mientras caminaban. —No. Tuve algunas relaciones, pero nada serio— le dijo Sam, mirando hacia adelante —¿Y tú?. —Tuve un novio, duramos mucho tiempo. Pero me engañó. Dijo que se le había acabado el amor. Y fue muy doloroso— le contó Calix. —Lo lamento— le dijo Sam—Yo estoy enamorado de mí mejor amigo, desde que éramos niños. —¿Y él lo sabe?. —No— sonrió Sam—No quiero perder su amistad. Él es muy importante para mí. —Te entiendo— le dijo Calix. Anduvieron un rato en silencio, hasta que finalmente llegaron a casa de Sam. —Aquí vivo— le dijo el castaño—Gracias por acompañarme. —Fue un placer— dijo Calix—Mí casa queda allá— señaló a lo lejos. —Estamos cerca. —Sí— sonrió el rubio—Te veré mañana. Se despidieron. Sam entró a la casa, mientras Calix seguía su camino a casa.
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