Capítulo 3: Primer Contacto.

2476 Words
Al entrar a la casa, se dirigió al baño. Había dejado una toalla ahí, por lo que se desnudó, y se dio una ducha. Al salir, caminó a su habitación. Sin mirar, encendió la luz, llevándose una gran sorpresa. —¡Mierda!— dijo Sam, dando un respingo—¿Qué haces en mí cama?. Hank se despertó algo somnoliento, por el puro grito que dio su amigo. —Es tarde, ¿por qué llegas tan tarde?— preguntó, mientras se tapaba. Sam lo miró extrañado. —Te dije que salía a medianoche. Hank lo miró con ojo vidriosos. —Vístete, o te enfriarás. Sam se puso algo rojo. A pesar de estar años junto a su amigo. Ahora de grande, le costaba horrores desnudarse frente a Hank. Ya no era lo mismo, y no quería que su amigo se diera cuenta. —Sam— le llamó el pelinegro. —Sí— el castaño espabiló. Dejó caer su toalla, y rápidamente se vistió—¿Te puedo preguntar que haces en mí habitación?. —Me sentí solo— le dijo Hank—Y te extrañé demasiado. Sam trató de no pensar en nada, y en sólo fijarse que eran amigos y nada más. Trató de controlar sus nervios. Apagó la luz, y se acostó al lado de su amigo. —Hank, no puedes venir todas las noches a mí cuarto. Además, te vas y te vienes con Kemy, así que no estás solo— le dijo Sam, tratando que se calmara. —No es lo mismo— dijo Hank—Nadie me entiende como tú. Sam suspiró. —Bien, pero sólo por hoy. —No— le dijo Hank, abrazándolo—Será hasta que dejes de trabajar. —Pero. —Buenas noches— Hank cerró los ojos, quedándose dormido. A la mañana siguiente, ambas alarmas no dejaban de sonar. Con diferencia de cinco minutos, la bulla era desagradable. Sam tiró su mano, y apagó los celulares. —Hank, despierta. El pelinegro estaba enrollado en sus piernas. Estaba muy cómodamente, sobre el pecho de Sam. —Hank— volvió a insistir—Vamos, debemos ir a bañarnos. El pelinegro se desperezó, viendo a su amigo. Sonrió. —Hola, que tal dormiste— le dijo Hank. —Dormí acalorado. No me soltaste en toda la noche— se quejó Sam. —Entonces dormiste bien— le dijo el pelinegro—Yo dormí de maravilla. Ambos se levantaron. Sam ocupó primero el baño, luego su amigo. Después de unos minutos, desayunaron y se alistaron para ir a clases. —¿Te irás en bicicleta?— preguntó Hank, a su amigo. —Sabes que sí— le dijo el castaño. —Entonces me iré contigo. —¿Y Kemy?— preguntó Sam. —Tuvimos una discusión, así que no creo que se vaya conmigo. Quiero irme contigo— le dijo Hank. —¿Llevarás tú bicicleta?— dijo Sam, saliendo de la casa. —Sí— el pelinegro sacó su bicicleta, y junto a su amigo salieron rumbo a la universidad. Al llegar, dejaron sus bicicletas estacionadas, y entraron al recinto. —Te veo en el almuerzo— le dijo Hank, antes de despedirse. —Claro. —¡Sam!— el castaño se giró, para ver quién lo llamaba. —Calix— sonrió—Hola. Hank miró con mala cara al recién llegado. —¿Quién es?— preguntó el pelinegro, con tono molesto. —Oh, sí— dijo Sam—Él es Calix, trabaja conmigo en el bar. Calix, él es mí amigo del que te hablé, Hank. Calix entendió que ese era el amigo del que Sam estaba enamorado. —Un gusto— le dijo el chico rubio. —Igualmente— dijo Hank—Sam, te veo en el almuerzo. El castaño asintió. Su amigo le dio la última mirada a Calix, y se alejó del lugar. —No puedo creer que estudies aquí— le dijo Sam, caminando a su salón—¿Cuĺ es tú carrera?. —Estoy en segundo año de Gastronomía Hotelera— le respondió Calix, con una bella sonrisa. —¡Guo!, estudiamos lo mismo— dijo feliz Sam. —Te puedo ayudar en lo que necesites— le dijo el rubio. Llegaron a su piso. Sam fue a su salón, mientras que Calix iba a los salones de segundo año. Pasada las horas de la mañana, con algunos trabajos y demases, los alumnos se preparaban para ir a almorzar. En el comedor, Sam se encontraba junto a Calix. El rubio había salido de sus clases, y fue en busca de su nuevo compañero. —¿Sam?— la voz de Hank se escuchó desde atrás. El castaño se dio media vuelta, viendo a su amigo. —Llegaste—le dijo el chico. Hank miró algo molesto a Calix. El rubio simplemente le sonrió. —Bien, vamos a una mesa— les dijo Sam, obviando las caras de ambos. El almuerzo no fue de lo más cómodo. Incluso Sam trató de apurarse, para ir a tomar aire al patio. Estuvieron sentados en una banca, tratando de tener una conversación coherente. Pero palabra que decía Calix, Hank se la debatía, por lo que los minutos restantes, no lograron tener una armonía. Finalmente se retiraron a sus salones. Hank quedó de acuerdo en irse a la salida con su amigo, puesto que quería conocer donde carajos trabajaba. Sam entró a su clase, dando un largo suspiro. Se sentó —Ulala— lo molestó Korina—Te vi hablando con Calix, de segundo año. ¿De dónde conoces a ese bombón?. —¿Recuerdas qué te conté que iría a trabajar?. —Sí. —Pues bien, encontré un resturante, que en la noche es un bar. Trabajo ahí a partir de las 20 horas. Y como llego antes, aprovecho de hacer mis tareas, y luego me pongo a atender las mesas. Y mí turno termina a medianoche. Calix trabaja en las mesas, igual que yo. Y Jacob, mí otro compañero, es el barman. —Interesante— sonrió Korina—O sea que los chicos lindos te están siguiendo. —Nadie me sigue— le dijo Sam—Ves cosas, donde no las hay. Korina hizo una risita. —Oye— le dijo Sam—Igual la paga es poca, o sea, podría ser más. Y en realidad me choca mucho en los horarios. Es trabajar mucho, por tan poco. Tú me habías hablado de un trabajo ¿dónde es?. Korina se quedó pensando. —Ve primero como te va en el bar. Y sí ves que te estás matando mucho, te daré la dirección. —Pero, ¿de qué es?— preguntó interesado Sam. —Es un trabajo de limpieza. Para una casa algo extraña— le respondió Korina. La parte de "la casa extraña", lo dejó con la bala media pasada. Prefirió hacer caso, y ver hasta donde podría llegar con el sistema del bar. —Está bien, gracias por el dato— le dijo Sam. El profesor llegó, y continuaron con las clases de la tarde. Finalmente el día llegó a su fin. Las clases terminaban, y los alumnos regresaron a sus casas. Hank estaba esperando a su amigo en la estación de bicicletas. Sam llegó junto a Calix, el pelinegro puso una cara de diez metros. —Hank, nos iremos con Calix, porque. —Por qué— dijo en tono seco el pelinegro. —Porque trabajamos en el mismo lugar— le dijo su amigo. Hank no pudo debatir nada ante aquello. En silencio, y con el ceño fruncido, se subió a su bicicleta y siguió al par de chicos. Varias calles pasaron, hasta que finalmente llegaron al restaurante. Un local bastante grande e iluminado, eran cerca de las siete de la tarde. —Bien— le dijo Sam a su amigo—Aquí  es donde trabajo. —Parece un buen lugar— dijo Hank, mirando. —Lo es— le dijo Calix al pelinegro—Te veo adentro— se despidió de Hank, y entró. —Entonces, nos vemos en la noche— dijo Sam a su amigo. Hank le dio una abrazo, que casi le parte la espalda. —Me voy a quedar en tú habitación— le dijo el pelinegro. —De acuerdo—Sam se alejó un poco—Nos vemos en unas horas. Hank hizo un mohín, y subió a su bicicleta. Durante el camino de regreso, sólo pensaba en poder hacerle un sueldo él, así Sam no tendría que trabajar, y alejarse de su lado. Se sentía extraño, incluso posesivo con su amigo, y eso lo dejaba pensando. Ni siquiera por Kemy se había puesto así. —Maldita sea, tengo que sacarlo de ahí— pensó. En esos momentos, recibía una llamada de su novia. La chica quería  juntarse en un parque. Mientras en el restaurante-bar, los chicos se habían ido a la sala de estar. Aprovechando que quedaba una hora, antes de entrar, Sam se puso a hacer las tareas que le enviaron. —Y, ¿me vas a enseñar matemáticas?— le preguntó Calix, sentándose a su lado. Sam lo quedó mirando. —Recuerdo haberle dicho a Jacob que le enseñaría matemáticas, pero no a ti— le sonrió. —Bien, me has descubierto. Jacob me contó,  y tengo problemas con algunos números— le dijo Calix. —Vas en segundo año— dijo Sam—Tú deberías darme clases. —Oh vamos— le dijo Calix, haciendo un puchero. El castaño sonrió—Bien, tendríamos que programarnos. Yo pedí turnos sólo de lunes a viernes. El fin de semana lo tengo libre. —Yo trabajo los sábados, pero hasta las tres de la tarde. Después podría pasar a tú casa— le sonrió Calix. —En realidad no es mí casa. Vivo con la familia de Hank, desde los ocho años. Ellos se han hecho cargo de mis estudios y demases. Y sinceramente, ya no quiero deberles más. Así que busqué trabajo, para solventar mis gastos universitarios, y poder alquilar algún departamento. —Fue durante esos años, que te enamoraste de Hank, ¿verdad?— le preguntó Calix. El castaño bajó la mirada, algo avergonzado. —Sí. Bueno, en realidad no sé como sucedió. Pero cuando me di cuenta, ya estaba fuera de mis límites— le contó, mientras abría uno de sus cuadernos. —¿Nunca sospechó algo?. —En realidad, yo creo que no. Porque de haber sido así, tal vez me habría dicho algo— le respondió Sam. Calix lo miraba, intrigado en querer conocer más a ese atractivo chico. Se notaba que Sam era una buena persona, y que además tenía mucho amor por entregar. Sin decir más, ambos se pusieron a terminar las tareas, mientras llegaba la hora de trabajar. Minutos más tarde, llegaba Jacob a la sala de estar, encontrándose con ambos estudiantes. —Llegaron temprano chicos— les saludó el pelirrojo. —Nos soltaron antes de la universidad— le sonrió Calix. Sam lo saludó con la cabeza, y luego continuó con sus tareas. Daban las ocho de la noche, los tres se alistaron y salieron de la sala de estar, hacia el bar. El turno comenzaba. Avanzada la noche, y como era la costumbre, los clientes abarrotaban el lugar. Sam estaba ateniendo una mesa, con tres chicos de su edad aproximadamente. Mientras el castaño les dejaba las cervezas, uno de ellos le dio un agarrón en el culo, haciéndolo saltar. —Hola bonito, ¿a qué hora sales?—preguntó el cliente, con rostro libidinoso. Calix llegó de pronto, deteniendo la mano del abusador. Sacó a su compañero por la cintura, atrayéndolo a su cuerpo. —Por sí no lo has notado— le dijo el rubio—Aquí no es para andar tocando a los trabajadores. No es un café con piernas, ni nada por el estilo. Ten más respeto. —¿Quién eres, su novio?— le preguntó el cliente, con tono molesto. —Sí, soy el novio— le respondió Calix, enojado. —Lo siento— dijo otro de los clientes—Está algo pasado de copas. No volverá a suceder. Calix asintió. Tomó a su compañero y se lo llevó a la barra. —¿Estás bien?— le preguntó el rubio, acariciando su espalda. —Sí— le dijo Sam, algo consternado por lo recién ocurrido—Gracias por tú ayuda. —Espero que no te haya molestado lo del asunto del novio— se disculpó Calix. El castaño sonrió. —Tranquilo, no me molesta— le dijo Sam, algo sonrojado. Jacob notó que su compañero Calix, estaba ganando terreno. Suspiró. Las horas fueron pasando y finalmente el turno de la noche terminó. Los chicos fueron por sus cosas, y salieron del bar, rumbo a sus casas. Calix acompañó a Sam hasta su domicilio. Un tranquilo viaje con sus bicicletas, mientras conversaban bajo un cielo estrellado. Finalmente llegaron a casa, se pararon frente a la entrada. —Espero que mañana sea un día más tranquilo— le dijo Calix. —Será mucho mejor— dijo Sam, acercándose—Yo quería darte las gracias, por lo que hiciste en el bar— tomó su rostro, mirando sus ojos. Calix sintió un nervio especial en su estómago. Vio la tierna mirada de su compañero, y cerró los ojos sintiendo los dulces labios de Sam sobre los suyos. Un tierno beso, que se intensificó poco a poco, hasta sentir el suave roce de sus lenguas. Sólo segundos bastaron, para que se separaran. Calix sonrió, y acarició su rostro. —Te veo mañana— le dijo el rubio. —Descansa— dijo Sam. Se alejó y entró a la casa. Calix se fue flotando a su hogar. Al entrar a la casa, Sam se dio el susto de su vida. Hank estaba sentado en el living, con la luz apagada. Se veía realmente molesto. —Hola— lo saludó Sam, encendiendo la luz—Creí que estabas dormido. —¿Besaste a Calix?. ¿Acaso eres homosexual?. El castaño se quedó algo aturdido. Era claro que el pelinegro los había visto por la ventana. Supo entonces, que ya era el momento de decir la verdad. —Sí— le dijo Sam—Soy homosexual. —¿Y cuándo pensabas decírmelo?— preguntó molesto Hank, levantándose del sillón. —Nunca— le dijo el castaño—Y sí tanto te molesta, no te preocupes. Pronto me iré. —¿Con ese maldito de Calix?. Sam lo miró extrañado. —Tú estás con Kemy, tengo derecho a hacer mí vida. —¡Ni siquiera lo conoces! ¡No sabes nada de él!— gritó molesto Hank. El castaño lo miró algo asustado. —No seguiré hablando contigo— le dijo Sam, subiendo a su habitación. Hank se quedó solo en la sala, viendo a su amigo alejarse.
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