—Hay que entretenerse hasta que vuelva ese imbécil. Hay que charlar. No puedo pasarme todo el día tomando vino de alta graduación; si no, tomaría otra botella. Una mujer bella, señor. Aunque no es exactamente mi tipo, pero ¡hermosa al fin y al cabo, qué diablos! Lo felicito por su elección. —Ni sé ni quiero saber de quién habla —respondió Arthur. — Della bella Gowana, señor, como dicen en Italia. De la hermosa señora Gowan. —Ah, a cuyo marido rendía usted vasallaje, ¿verdad? —¿Cómo? ¿Vasallaje? Qué insolencia. Era su amigo. —¿Vende usted a todos sus amigos? Rigaud se quitó el cigarrillo de la boca y lo miró con repentina sorpresa. Pero volvió a ponérselo en la boca y respondió fríamente: —Vendo todo aquello por lo que se pague un buen precio. ¿Cómo cree que viven los abogados, los p