El motivo.

1448 Words
Caminó una figura delgada y curveada por el pasillo oscuro del gran almacén, entre muchas cajas enormes, otras más pequeñas. Juro que lo mataré si lo vuelvo a ver, pensó Nayla, ese idiota me quitó al menos un millón y vivo no saldrá de esta. Pasos más fuertes se escucharon además de los de Nayla, los de un hombre. — ¡Sal de donde quiera que estés, infeliz! —Vociferó la mujer. En ese momento las luces del pasillo se encendieron y divisó la figura de aquel hombre que ella buscaba. — ¿Sabes? Siempre me han gustado las mujeres bien proporcionadas, como tú —dijo, sonriéndole de medio lado. Se dio la vuelta para darle la espalda, observando el vacío. —Que ironía, a mi de niña me gustaba sacar a damitas de apuros, ¡y mira con quien me he encontrado! —Soltó con sarcasmo. Sacó una pistola, el sonido del seguro resonó por el almacén. —Ahora, dame mi dinero o te mueres —dijo Nayla, con una mirada psicópata, el brillo de sus ojos por sangre y una línea en sus labios que no dejaba a entender si realmente lo disfrutaba. —Que dura eres, Nay —bramó dándole la espalda, casi como si hablara para un público. —Tus padres estarían tan tristes al ver en quién te has convertido, parte de mafias, sicario, con el pulso exacto pero con decisiones tan malas como, por ejemplo, darle dinero a un estafador —se echó a reír, el eco de su risa hacía que ella bajara la mirada. —Pero, has elegido a un buen estafador —volvió sus ojos a Nayla, palpó su chaqueta negra y en el interior tenía el cheque con su nombre, lo dejó a su vista, los números estaban ahí, en una delicada caligrafía. —Así que decidiste por tu vida —Nayla tenía la voz dura, como si no quisiera que notaran su odio. Bajo el arma y caminó lento hacía él. Tomó el cheque. — Lo pensaste bien. —Sonrió por la ironía, volvió a levantar la mirada, el sonido del arma siendo disparada justo a la cabeza de aquel hombre fue rápido. No tuvo tiempo ni para pensar. – Sólo que yo no tomó malas decisiones, yo actúo en el momento —soltó el aire contenido, y salió del almacén. Un nuevo cheque, un millón que me debían, otro medio millón por matar a este idiota. Nayla sonreía victoriosa. Gente de alta sociedad, la familia Gills, dieron la orden, aseguraron que su nombre estaría limpio y libre de cargos, no dieron explicaciones exactas de por qué querían a ese hombre muerto. Como cosa normal, ella solo se encargaba de que la sangre corriera y cobrar algunos viejos favores. Subió a su auto, un Porsche 918 Spyder platino, aceleró por la autopista de la ciudad hasta llegar a las afueras, por un bosque y luego: casas. Muchas casas caras, mansiones, quintas y una que otra tan exagerada como un hotel. Nayla relajo su pie del acelerador, para llegar a su “sencilla” casa blanca de tres pisos. El portón se abrió de par en par, dejando que el auto se adentrara a la casa pasando frente a una fuente que estaba en el centro. La casa era imponente, a pesar de ser la más simple en la calle. Tenía la fachada con columnas gruesas, al estilo de la antigua Grecia de un color blanco marfil. El porche y el garaje era lo primero que divisabas; el porche tenía unas bancas de madera con cojines negros posicionados a cada lado de la puerta. A cierta distancia, frente a cada banca, había una pequeña mesa de café, parecía que ibas a entrar a un restaurante si lo mirabas de lejos y no estabas seguro de que aquella calle se regodeaba de ricos y multimillonarios. El garaje, que guardaba otros dos vehículos y una moto, tenía un suelo de madera oscura, elegante, y con el control remoto hacía que se elevara la puerta para entrar. Dejó el auto en el espacio que sobraba, salió de este y entró a la gran casa por la puerta que conectaba el garaje con la cocina. —Ya llegué —dijo con la voz relajada. No hubo respuesta, miró a todos lados y confirmó que estaba sola esa noche. — Vacío, que bien. Seguro Meredith se fue a dormir, igual que todos los demás. Nayla dejó las llaves sobre el mesón de la cocina, caminó hacia la nevera, tomó un refresco y se dispuso a subir a su cuarto. “En serio odio subir escaleras, hablaré con Juls para ver si al fin hace una buena remodelación. Algo no tan barroco, hay que dar un poco de envidia en esta calle”, pensó en cada escalón que subía para adentrarse en un largo pasillo hasta su habitación. El sonido de unos zapatos pesados la sacó de sus pensamientos, dejó la lata de refresco sobre una mesa que tenía un florero bastante llamativo en medio del pasillo. Caminó lento hacia su habitación, con cuidado y sigilo vigilando ambos lados. Se acercó a la puerta, sacó un cuchillo de su bota izquierda, acercó su mano al pomo y observaba por el espacio que se había hecho. La lámpara en su mesa de noche estaba encendida, era la única luz que iluminaba el cuarto. — Meredith, ¿eres tú? —inquirió, no quería matar a la empleada, cocinaba bien. — No, pasa — la voz de un hombre surgió desde el interior. La figura que apareció en el campo de visión de Nayla era de un hombre medianamente alto y un poco fornido, de pie frente la luz de la lámpara en la mesa de noche, se podía ver por la rendija su espalda y Nayla no temió entrar a su propio cuarto. — ¿Quién eres tú? — Ocultaba el cuchillo metiéndolo en la correa, casi cortándose la espalda por estar aún un poco desconcertada. — ¿Te gusta saber el nombre de los que vas a matar? — Preguntó con sorna, sentándose en la cama. —Cuando es necesario, sí ­—ladeaba la cabeza, con un poco de picardía. —Pero eres tú aquí el que invade propiedad privada. —Y justo la de una mafiosa que es capaz de clavarme un cuchillo sin pensarlo mucho. Una sonrisa maliciosa apareció en el rostro de Nayla. —Oye, en caso de cualquier cosa, —suspiró como si estuviese cansada —tú lo pediste. — Sacó el cuchillo detrás de su espalda, sus labios eran una línea recta, sus ojos veían con aprecio el filo del arma como si tuviera el tesoro más llamativo entre sus delicadas manos. — ¿Te gusta matar, Nayla? — Preguntó el hombre con tristeza en su voz, no lograba ver su rostro en totalidad por la falta de iluminación pues la lámpara no lograba dar suficiente luz a todo el cuarto. El hombre pasaba las manos por la sabana, como una suave caricia para apreciar un rostro dulce. — Esas sabanas son más caras que tu vida — Lo apuntó con el cuchillo. ─ Y digamos que matar es algo como un... Hobby — sonrió, como si debelara un secreto. – Sí, el poder mutilar, disparar, torturar, ver como se desangran, ruegan misericordia por sus patéticas vidas, es un pequeño placer. Ser sicario te cambia la perspectiva. Como ir a tomar fotografías a las aves del parque, empiezas a valorar los detalles. — ¿Tienes una lista con las muertes que has causado? — Inclinó un poco su cabeza, se sentó en la cama dejando sus manos sobre su regazo, dándole la espalda. Observaba el horizonte. —Sí —murmuró. — ¿Por qué el interés? — ¿Seré parte de ella? ¿Lo ansias? —se levantó de la cama, acomodó su camisa y volteó a verla. Nayla observó bien su rostro y sonrió, se acercó a él con parsimonia. No había apuros esa noche. —Así es, McCray. Tu muerte me va a asegurar un lugar que nadie podrá quitarme. — Aseguró, dejando que el cuchillo se incrustara justo en su corazón, los gemidos lastimeros del hombre se escucharon en toda la casa, pero nadie haría nada por él. Soltó un suspiro, se acercó a la orilla de la cama y se acostó lentamente. – Hoy fue un día atareado. Se sacó las botas como pudo, se quitó la camisa y dejó que el sueño la consumiera, su cuerpo cedió en pocos minutos. Debía sacar el cadáver, pero prefirió dormir y olvidarse del mundo por un rato entre sus sabanas caras. Ya mañana resolvería ese tema.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD