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Lo que le gusta al CEO

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los opuestos se atraen
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Descripción

Bianca lleva una doble vida, en el día es una empleada algo distraída, en la noche, una dominante en un club secreto. Todo marcha bien… hasta que aparece Tyler, su jefe, frío, implacable, millonario y, en la intimidad, sorprendentemente sumiso.

Él no sabe quién es ella detrás de aquel antifaz que la oculta.

Ella conoce perfectamente quién es él.

Entre juegos de poder, acuerdos peligrosos y una atracción imposible de contener, ambos cruzan límites que jamás pensaron tocar. Y cuando por una noche Tyler toma el control, Bianca descubre que incluso la mujer más fuerte tiene algo que puede hacerla temblar.

Un romance intenso, secreto y cargado de tensión.

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Capítulo 1. La secretaria torpe
© 2025. Flores Jaz. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en forma alguna ni por ningún medio, electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros sin el permiso previo y por escrito del autor. Cualquier uso no autorizado de este libro, total o parcial, constituye una violación a las leyes internacionales de propiedad intelectual y se tomarán medidas legales. Los personajes, lugares y situaciones descritos en esta novela son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o fallecidas, es mera coincidencia. [Esta novela contiene escenas de alto contenido sensual, dinámicas de dominación y sumisión, lenguaje fuerte y situaciones destinadas únicamente a lectores adultos. Se recomienda discreción.] ••••••••• Capítulo 1. La secretaria torpe El ascensor se abrió con un sonido suave, casi elegante, que contrastaba por completo con los pasos apresurados de Bianca al salir de él. Su carpeta resbalaba entre sus manos, el cabello revuelto caía sobre su rostro y la respiración acelerada delataba que había corrido más de lo que admitiría jamás. Claro… iba tarde otra vez. Tyler Hale revisó el reloj de su muñeca antes de siquiera levantar la vista hacia ella. Su oficina, minimalista y fría como una sentencia despiadada, amplificaba el sonido de los tacones inseguros de Bianca mientras se acercaba a su escritorio. Cada paso era una pequeña declaración de guerra contra su paciencia. —Buenos días, señor Hale —dijo ella, con una sonrisa que parecía pedir disculpas y esconder algo al mismo tiempo. Tyler alzó la mirada. Su expresión era un muro, difícil de cruzar, difícil de saber que escondía detrás. —Son las nueve y doce, Bianca. —Lo sé. El metro… —empezó a excusarse ella sin verlo a los ojos, tratar de enfrentarlo era peor, en estos casos, era mejor inclinar la cabeza y pedir piedad. —Sin excusas —la interrumpió Tyler, sin elevar la voz, pero logrando que ella sintiera la reprimenda como un peso en el pecho que no la dejaba respirar. Bianca tragó saliva, mordiéndose el labio con una mezcla de frustración y… algo más. Había algo en la manera en que él la miraba que la perturbaba. El señor Hale tenía esa forma de observar a las personas como si pudiera desarmarlas sin tocarlas. Un súper poder, según ella. Bianca había entrado a trabajar a Habill tan solo un mes atrás, era la estabilidad que necesitaba, le ofrecieron un seguro medico, un salario fijo, todas las prestaciones de ley, era un sueño, hasta que se volvió una pesadilla. Resultaba que Tyler Hale era un grano en el culo, frío, calculador, despiadado, y Bianca se volvió su secretaria, ninguna secretaria duraba mas de un mes a manos de Tyler, todas huían de él como si fuera una peste o algo mortal. Bianca estaba resistiendo, necesitaba aquel empleo, lo necesitaba para poder empezar de nuevo. Aquel empleo era uno de esos a los que no se renuncia solo porque si, Bianca se sentía sofocada, agotada, eso la volvía mas distraída, en especial porque no dormía lo suficiente durante las noches. Aquel día había empezado mal, y eso ya era un mal augurio. Ella tardó exactamente tres minutos en darse cuenta de que había subestimado el trabajo. —Vaya a trabajar señorita López. Bianca dio un respingo y asintió. La carpeta que Tyler le entregó pesaba como si dentro llevara ladrillos en lugar de documentos. Apenas se sentó en el escritorio asignado a las afueras de la oficina de su jefe, las órdenes empezaron a caer sobre ella como una lluvia incesante. Tyler no levantó la voz. Nunca. Pero cada instrucción suya tenía filo. “—Eso está mal, hágalo de nuevo. —La redacción es mediocre. —No envíe correos con errores. Me hace quedar como un incompetente. —¿Por qué tarda tanto?, no es física cuántica.” Bianca quería encontrar algún defecto en él para poder burlarse y sentirse menos insignificante, pero nada en el era desordenado: cada movimiento estaba impecablemente medido. No había torpeza, duda o pérdida de tiempo, simplemente Tyler Hale era perfecto. Era eficiente. Era brillante. Era insoportablemente exigente. A las once de la mañana, Bianca ya sentía una punzada en la sien. Un ligero dolor que la atravesaba, recordándole que nada en esta vida era fácil. Cuando Tyler llamó por tercera vez en veinte minutos, ella entró con la respiración perfectamente controlada. —Aquí están los documentos corregidos, señor —dijo. Tyler ni siquiera levantó la mirada. Tomó las hojas, las revisó en silencio y señaló un párrafo con el bolígrafo. —Esto está mal, hágalo otra vez. Bianca tensó la mandíbula. —Revisé tres veces ese punto, la información está correcta. —¿Dice que me equivoco? —preguntó él con una calma que dolía. —No, quizá… —¿Quizá?—. Tyler negó. —En esta empresa no hacemos trabajos “casi bien”, o están impecables, o no sirven, hágalo de nuevo. Bianca cerró los labios un segundo. Si respondía mal, sabía que la despediría sin pestañear. —Lo corregiré —dijo finalmente. Tyler levantó entonces la cabeza. Fue un movimiento lento, casi entretenido. Sus ojos la recorrieron con la precisión de quien analiza una pieza defectuosa. —Espero que sí. No tengo tiempo para empleados que aprenden despacio. La frase cayó como una piedra sobre la cabeza de Bianca, respiró hondo, tragándose el orgullo, asintió y solo salió de aquel lugar que le robaba el aire. Se sentó en su silla y respiró hondo, sosteniéndose de lo único que la mantenía ahí. Necesitaba el trabajo. El resto de la mañana fue igual de brutal. Tyler revisaba todo sin excepción, querer engañarlo, era estúpido, ningún detalle se escapaba de esos ojos verdes. “—No programe reuniones sin revisar mi agenda tres veces. —No deje un correo sin contestar. —Si no comprende algo, averígüelo. No me repita las mismas preguntas.” A la hora del almuerzo, Bianca estaba agotada mentalmente. Y lo peor era que Tyler parecía operar con una energía inhumana, ni un bostezo, ni una pizca de cansancio, solo concentración absoluta. Cuando ella se disponía a bajar por un café, Tyler abrió la puerta de su oficina, casi como si leyera la mente de Bianca y supiera que ella iba a tomar descansos. —Bianca —llamó. Ella se detuvo en seco. —Sí, señor. Él la miró con esa expresión que nunca cambiaba: seria, afilada, casi hecha de hielo, pero… con algo más detrás. Algo que ella aún no sabía descifrar. —¿Ya terminó los informes del mediodía?. —Sí, acabo de enviarlos. Tyler asintió. Por primera vez en todo el día, no hubo una crítica inmediata. —Bien —dijo, sin emoción—. Así se hace. Continúe. Bianca parpadeó incrédula. ¿Eso había sido… un reconocimiento?, ¿O solo un comentario neutral?, Tyler era como un robot, tal vez solo fue una respuesta programada en su cerebro. No pudo saberlo. Tyler ya había cerrado la puerta. Cuando finalmente terminó la jornada, caminó hasta el elevador sintiendo que le temblaban las piernas. No de miedo… sino de agotamiento. Un cansancio que venía del alma. Se sobó la nuca y suspiró. “Lo hice. Sobreviví”. Un día más, solo fue eso, un día mas. No sabía que Tyler, desde su oficina, la había observado salir a través del reflejo en la ventana. Ni que, por un segundo, algo parecido a… interés había pasado por su mente. No sabía que él pensaba: “—Veamos cuánto dura.” Ella quería estabilidad. Él no creía en ella. Y así, comenzó el juego.

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