Un gran hombre El rostro de Vincenzo estaba cansado, y su aire sombrío preocupó a Lucía. Ella había aprehendido mucho su regreso. Durante una semana entera, había pensado en el momento en que lo volvería a ver. Se había preguntado qué habría hecho si él realmente hubiera matado a su padre. Había pasado noches llorando y rezando para que algo así no sucediera. Porque, aunque podrido, su padre seguía siendo su padre, y Vincenzo, el hombre que amaba. Era a pesar de ella, claro, pero seguía desesperadamente enamorada de él y bastaba con que apareciera ante ella como hoy, para que tuviera la certeza. Resuelta a buscar la paz a toda costa y sintiéndose, de todos modos, culpable por ser la hija de Rafael, lo saludó con un tono afable: —Buenos días. —Vístete, salimos —ordenó el joven con tono