Incómoda, enfadada y un tanto asustada traté de ignorar el evidente olor a cigarrillo que emanaba uno de esos tipos, el más alto y delgado y al cual se le notaba rápidamente la cara de maleante. Apenas podía creer que mi padre se había involucrado con ese tipo de personas, es decir, mi padre podía ser un imbécil, un pésimo padre, pero ¿Criminal? Ciertamente, no lo esperaba, no era propio de un él, un hombre que presumía pertenecer a la alta alcurnia, a la elite de la ciudad y por supuesto a los pocos millonarios que existían en el país. Si alguien me hubiera dicho que mi padre estaba implicado en cosas turbias, tal vez lo hubiese creído, pero decir que tenía este estilo de amigos peligroso, me hubiese burlado y sorprendido de tal acusación, puesto que mi padre era muy orgulloso y pretenci