Salí de ese lugar sin prometerle nada, quizás porque en mi cabeza ya estaba comenzando a formular las palabras exactas para reclamarle todos sus secretos. Se suponía que a partir de ahora seriamos más sinceros el uno con el otro, pero aparentemente las viejas costumbres serían muy difíciles de quitar, sobre todo tratándose de la salud de Arthur. Llegue a casa alrededor de las siete de la noche, pero hasta ese momento mis lágrimas se habían limitado a quedarse guardadas en su lugar, me sentía extraña, muy conmocionada y algo melancólica, pero eran tantas mis preocupaciones que ya no podía llorar y claro, me sentí como en un sueño, uno en donde comenzaba a sentirme sola. —¡Oh, llegaste!—expreso la señora Martha al girar en dirección a las escaleras. Llevaba un par de tazas de lo que parecí